Dirección: Reginald Hudlin.
Guión: Michael Koskoff y Jacob Koskoff.
Música: Marcus Miller.
Fotografía: Newton Thomas Sigel.
Reparto: Chadwick Boseman, Josh Gad, Kate Hudson, Dan Stevens, Sterling K. Brown, James Cromwell, Keesha Sharp, Roger Guenveur Smith, Marina Squerciati, Daniel Stewart Sherman, Derrick Baskin, John Magaro, Jeremy Bobb.
En 1941, Thurgood Marshall (Chadwick Boseman) es el único abogado de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color que se dedica a defender a todo aquel acusado injustamente por motivos racistas.
Marshall (2017) nos cuenta los inicios de la carrera judicial del que años más tarde llegaría a ser el primer juez negro de la Corte Suprema de Estados Unidos. En concreto, la historia se centra en un caso ocurrido en Connecticut, donde una mujer blanca (Kate Hudson) acusó a un negro que trabajaba para ella, interpretado por Sterling K. Brown, de haberla violado y después haber intentado matarla.
Más allá de estar basada en hechos reales, toda película centrada en un juicio, si el argumento está bien trabajado, resulta ya de por sí bastante atractiva. Además, en este caso la intriga resulta estar realmente bien ideada y, aunque es verdad que desde el principio sospechamos que la mujer está mintiendo, el planteamiento está tan bien construido que ello no disminuye mucho nuestro interés en descubrir la verdad, por un lado, y en comprobar cómo se las ingeniarán Marshall y su compañero Sam Friedman (Josh Gad) para demostrar la inocencia de su defendido.
Además, el guión se encarga oportunamente de señalar las graves dificultades con las que tendrán que lidiar, como un juez (James Cromwell) predispuesto contra ellos, un fiscal (Dan Stevens) racista y la opinión pública mayoritariamente en contra.
Y es precisamente por este planteamiento simplista y maniqueo por donde la cinta hace aguas. Se entiende que se busque darle dramatismo a la historia, pero acabar perfilando a los buenos y a los malos tan nítidamente, además de un modo un tanto superficial, resulta bastante perjudicial para la historia, que pierde profundidad y matices y acaba casi como una especie de panfleto de las buenas virtudes y las causas nobles.
No sorprende para nada la cuidada presentación de la historia, con una magnífica recreación de los años 40 del siglo XX y una fotografía realmente elegante. También el trabajo del director resulta sobrio y correcto, dejando que sea la historia y no la cámara la que acapare el protagonismo.
Incluso el giro que dan los acontecimientos a mitad del juicio resulta muy ingenioso y, aunque no está desarrollado con especial brillantez, pues se vuelve a caer en una simplificación excesiva, el resultado es que la emoción de los últimos interrogatorios del juicio, a la víctima y al acusado, logran atraparnos, pues el tema es realmente escabroso.
A favor de la cinta, sus buenas intenciones y el reconocer la labor del joven Marshall y de otros como él que lucharon en el bando correcto contra años de injusticias y racismo. En el debe, la falta de profundidad con se tratan los personajes y tal vez de imaginación para afrontar un tema que daba para mucho más de lo que finalmente se ofrece: un film correcto pero blando y sin mucho nervio.
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