Dirección: Guy Hamilton.
Guión: Richard Maibaum y Tom Mankiewicz.
Música: John Barry.
Fotografía: Ted Moore.
Reparto: Sean Connery, Jill St. John, Charles Gray, Lana Wood, Jimmy Dean, Bruce Cabot, Lois Maxwell, Bernard Lee, Joseph Furst, Norman Burton, Desmond Llewelyn, Putter Smith, Bruce Glover, Lola Larson, Trina Parks.
Ante un aumento del contrabando de diamantes, James Bond recibe el encargo de investigar quién está detrás de ello.
Diamantes para la eternidad (1971) supuso el regreso de Sean Connery como James Bond, pues había decidido dejar ese papel tras Solo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967), de manera que en 007 al servicio de su Majestad (Peter Hunt, 1969) el papel protagonista fue para George Lazenby, en su única incursión en el papel.
Un generoso contrato hizo que finalmente Connery aceptara volver a interpretar a 007 en una de las películas más flojas de la serie y que parecía ser definitivamente la última del actor escocés. Sin embargo, nuevamente dio marcha atrás en 1983 con Nunca digas nunca jamás (Irvin Kershner), cuyo título se burlaba abiertamente de la decisión de Connery en 1971.
Centrándonos en la película, el principal problema es el guión, bastante flojo en su intento de rizar el rizo y buscar darle una vuelta de tuerca a las aventuras de James Bond. Además, el argumento parece moverse a veces sin una dirección clara, es como si estuviéramos viendo más un boceto que una obra ya perfectamente terminada. Al menos tenía esa impresión con detalles como el transporte de los diamantes por parte de Bond, que entrega unos falsos sin que se tenga muy claro el motivo, o el personaje de Tiffani (Jill St. John), que parece una mujer inteligente y segura de sí misma en su primera aparición y termina siendo una mujer un tanto torpe que estropea la artimaña de Bond con la cinta que controla el satélite. Algunos personajes parece que están ahí casi por obligación o de un modo rutinario, pues no aportan absolutamente nada, como el caso de Moneypenny (Lois Maxwell) por ejemplo.
Lo más rebuscado es la creación por parte del villano Blofeld (Charles Gray) de dobles suyos para escapar de sus enemigos. James Bond tendrá que matar nada menos que a tres de ellos antes de poder dar cuenta del verdadero Blofeld. Por cierto, este detalle casi surrealista inspirará años después a Austin Powers en su sátira de la serie con su Mini Yo.
Otro de los problemas del argumento es que mantiene el misterio sobre lo que está pasando demasiado tiempo, de manera que vamos viendo diferentes asesinatos sin saber muy bien a qué vienen. Esto provocó que me costara meterme en la historia, sin poder saber hacia dónde iba realmente.
Además, faltan momentos de tensión y el villano Blofeld tiene poca fuerza como para resultar tan peligroso como debiera y su protagonismo tampoco es el esperado, permaneciendo ausente durante casi toda la película. La idea, me imagino, era proporcionar, con su aparición al final, una sorpresa al espectador, que lo creía muerto, pero eso nos priva de un elemento clave de la intriga durante demasiado tiempo. Incluso el enfrentamiento final con 007 es bastante decepcionante, pues no hay un cara a cara entre ambos, sino que Bond se limita a estrellar el submarino donde está Blofeld contra las instalaciones de la plataforma petrolífera.
Los únicos puntos realmente interesantes son la persecución en coche por Las Vegas, muy divertida; la pareja de asesinos gays, Wint (Bruce Glover) y Kidd (Putter Smith), algo caricaturescos es cierto, pero al menos originales, y las dos atléticas guerreras, Bambi (Lola Larson) y Thumper (Trina Parks), toda una sorpresa para Bond y para los espectadores.
Pero el conjunto se muestra descompensado, con un desarrollo algo farragoso, un humor que perjudica la tensión y sin las señas más características de la serie. Incluso Sean Connery parece menos convincente que en sus anteriores apariciones.
Como curiosidad, la actriz Lana Wood era la hermana de Natalie Wood.
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