El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 4 de junio de 2023

Pleasantville



Dirección: Gary Ross.

Guión: Gary Ross.

Música: Randy Newman.

Fotografía: John Lindley.

Reparto: Tobey Maguire, Reese Whiterspoon, Joan Allen, William H. Macy, Jeff Daniels, Paul Walker, J. T. Walsh, Marley Shelton, Natalie Ramsey, Jane Kaczmarek.

La noche que emiten en la televisión un maratón de la serie Pleasantville, David (Tobey Maguire) y su hermana Jennifer (Reese Witherspoon) discuten y rompen el mando a distancia. Entonces aparece un misterioso reparador de televisores que les da un extraño mando que los transportará directamente al mundo de la serie.

Pleasantville (1998) es un cuento con moraleja. Empieza como una comedia de apariencia inocente, pero pronto desvela sus cartas, que es verdad que no parecen demasiado profundas, pero no hemos de olvidar que estamos en el cine, un producto para las masas. Y lo sencillo muchas veces funciona mejor que lo complicado.

La idea básica de la historia es cómo la llegada de dos extraños transforma, casi sin querer, el mundo tranquilo y perfecto de Pleasantville. En ese cosmos cerrado todo funciona bien, no hay disturbios, nada se sale de lo esperado, los habitantes son felices en su ignorancia, en su falta de ambiciones. En Pleasantville la cultura no existe, los libros están en blanco y en la escuela se estudia la propia geografía del lugar, pues no se conoce más que eso. En cierto modo nos puede recordar a El show de Truman (Peter Weir) en cuanto a ciudad cerrada en sí misma, películas curiosamente del mismo año.

La llegada, por lo tanto, de David y Jennifer cambiará por entero la vida del lugar.

Gary Ross, en su debut como director, plantea varias reflexiones. La primera vendría a ser sobre el mundo de la televisión, que ofrece una realidad ficticia que nada tiene que ver con el mundo real. El contraste entre la placidez de Pleasantville con el mundo donde viven David y Jennifer es expuesta tan breve como brillantemente en el arranque de la historia.

La otra reflexión vendría a poner en tela de juicio el inmovilismo, la censura hacia todo lo nuevo, lo diferente. Porque cuando David y Jennifer empiezan a ampliar los horizontes y conocimientos de los habitantes de Pleasantville, los más receptivos empiezan a cambiar y la manifestación de su apertura a nuevas realidades se manifiesta en que adquieren color, pues la ciudad es un mundo enteramente en blanco y negro.

Estos cambios, que rompen la rutina tranquila de la vida en el pueblo no gustan a todos, especialmente a las fuerza vivas, que intentarán buscar la manera de frenar los cambios que generan conflictos cada vez más alarmantes, como el enfrentamiento entre vecinos o la quema los libros por parte de los habitantes de Pleasantville opuestos a las novedades, un ejemplo más que notable de los peligros de la intransigencia y el miedo.

Pero estamos en una comedia, por ello la sangre nunca llega al río y todo se acaba solucionando de manera amable, como corresponde con el tono de la historia.

Aunque la explicación final de esta especie de cuento nos la ofrece el director en la escena en que Margaret (Marley Shelton) le ofrece una manzana a David, emulando a Adán y Eva: el hombre come del árbol de la ciencia y será expulsado del paraíso, Pleasantville.

En todo caso, el planteamiento de Gary Roos es muy interesante, resultando una película que bajo la inocente pretensión de entretenernos, se adentra en terrenos filosóficos y sociológicos dignos de atención. 

Con una puesta en escena muy elaborada, reconstruyendo con precisión el ambiente de los años cincuenta del pasado siglo, alternando con inteligencia el blanco y negro y el color para representar los cambios que aporta el conocimiento, una banda sonora deliciosa, momentos de un fino sentido del humor muy logrado y algunas escenas de una belleza poderosa, Plesantville es una comedia muy recomendable en todos los sentidos.

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