Dirección: Patrice Leconte.
Guión: Patrice Leconte.
Música: Michael Nyman.
Fotografía: Eduardo Serra.
Reparto: Jean Rochefort, Anna Galiena, Roland Bertin, Yveline Ailhaud, Maurice Chevit, Philippe Clévenot, Ticky Holgado, Jacques Mathou, Anne-Marie Pisani, Thomas Rochefort.
Con doce años, Antoine (Thomas Rochefort) se enamorará de una peluquera, con la que descubrirá la sexualidad, y desde entonces se promete que de mayor se casará con una.
El marido de la peluquera (1990) es un cuento tremendamente personal de Patrice Leconte que se mueve entre la comedia y el drama con una sensibilidad realmente exquisita.
La historia relata el despertar a la sexualidad de Antoine, un niño con una gran sensibilidad, lo que le hace percibir los olores de una peluquería como un universo casi mágico de sensaciones, coronado por el propio olor de madame Scheaffer (Anne-Marie Pisani), con la que descubrirá la belleza y el poderoso atractivo del cuerpo femenino.
Ya adulto, Antoine (Jean Rochefort) cumplirá su sueño de casarse con una peluquera, Mathilde (Anna Galiena), con la vivirá una relación pasional, íntima y exclusiva. Un mundo perfecto de complicidad que, sin embargo, acabará trágicamente.
El marido de la peluquera es una especie de fábula donde Patrice Leconte despliega todo un universo de ideas sobre la sensualidad, el poder de las vivencias de la infancia y cómo nos marcan de por vida, el deseo, el amor, el paso del tiempo, la vejez o la muerte. Es decir, Leconte repasa la vida, con sus alegrías, sus sueños, los deseos y las penas, la fragilidad del presente, el paso del tiempo. Todo un recorrido contado con mucha ternura, con sensibilidad, con cariño, donde el director más que contar insinúa, muestra sin explicaciones, porque será cada uno de nosotros el que deberá interpretar la película, sentirla a su manera.
Por eso hay momentos surrealistas, como los bailes de Antoine, que algunos no entienden. O problemas matrimoniales de los que no se conocen las causas, porque lo importante no es saber, sino sentir. No hay que explicar las cosas, sino vivirlas. Y vivirlas en el momento preciso, porque el tiempo pasa y todo termina por morir.
De ahí la decisión de Mathilde, ella prefiere dejarlo todo cuando aún está vivo, cuando el tiempo no ha empezado aún a ajar las cosas, a las personas. Le deja a Antoine los mejores momentos de su relación para siempre, sin sombras, sin la llegada de la monotonía, el aburrimiento o el cansancio. Cuando Antoine observa grietas en el techo de la peluquería, Mathilde mira apenada. Ha comprendido lo que se avecina y decide no dejar que nada mate su felicidad.
Es verdad que no todas las imágenes ni todos los conceptos están al mismo nivel, con detalles que tal vez podrían haberse pulido más, pero el conjunto resulta muy sugestivo gracias a esa visión cargada de romanticismo y ternura, a una cámara que se recrea en la belleza de las miradas, nos muestra el deseo, la calidez de una caricia, la voluptuosidad de unas piernas. El resultado es una mirada íntima sobre la vida y el amor de Patrice Leconte tan personal como original.
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