Dirección: Guy Hamilton.
Guión: Richard Maibaum y Paul Dehn (Novela: Ian Fleming).
Música: John Barry.
Fotografía: Ted Moore.
Reparto: Sean Connery, Honor Blackman, Gert Fröbe, Shirley Eaton, Tania Mallet, Harold Sakata, Bernard Lee, Martin Benson, Cec Linder, Austin Willis, Lois Maxwell, Bill Nagy.
El agente secreto James Bond es encargado de investigar a Auric Goldfinger (Gert Fröbe), un magnate en apariencia honrado pero del que se sospecha que realiza contrabando de oro.
Tercera entrega de la serie de 007, James Bond contra Goldfinger (1964) está considerada por muchos como la mejor entrega de todas. En todo caso, es la que señaló el momento en que la serie pasaría a convertirse en un género propio.
A nivel argumental, la película es bastante elemental. No estamos ante un film realista, sino un mero espectáculo. Lo que finalmente diferencia una película de otra de la serie es lo ingenioso de la trama y la calidad de los malvados. En cuanto a este punto, Golfinger no es en apariencia el más terrorífico de los rivales de Bond pero, bajo su aspecto casi bonachón, esconde una personalidad cruel, cercana a un perturbado carente de compasión. Además, cuenta con la inestimable ayuda de Oddjob (Harold Sakata), un asesino coreano que, sin necesidad de pronunciar palabra, resulta letal con la ayuda de su peculiar sombrero. En realidad Sakata era un atleta olímpico de levantamiento de pesas, lo que le daba ese aire pétreo que le ayudó a encarnar a su personaje de manera absolutamente convincente, convirtiéndolo en uno de los malvados más legendarios de la saga.
La intriga también es de lo más original: Goldfinger planea asaltar Fort Knox, donde se guardan las reservas de oro de los Estados Unidos, tras matar a toda la población de la zona con un gas venenoso. Pero lo realmente ingenioso del plan reside en que no le hará falta robar el oro, sino contaminarlo radiactivamente para sembrar el caos en la economía y ver revalorizadas sus reservas personales.
Es cierto que este tipo de argumentos no resultan demasiado verosímiles, pero en el fondo eso tampoco es lo que cuenta en este tipo de películas, sino crear la sensación de que podría ser posible un plan tan descabellado para que permita desarrollar la intriga y poner a prueba las habilidades de Bond. Y en este sentido, el planteamiento de James Bond contra Goldfinger me parece impecable y más teniendo en cuenta la fecha de realización, cuando tales ideas debían resultar muy novedosas.
La película contiene también un humor muy fino, mucho más inteligente que lo que luego se volvería habitual en la saga, donde se tendió cada vez más a los chistes fáciles. La imagen del principio con 007 de buzo y una gaviota artificial pegada a la capucha es ya toda una declaración de intenciones que continúa después con momentos memorables, como cuando Bond esquiva un golpe haciendo que recaiga en su ligue ocasional, o cuando afirma que beber Don Pérignon del 53 a más de 4 grados es tan malo como escuchar a los Beatles sin taparse los oídos o cómo gana a Goldfinger al golf haciéndole trampas con las pelotas.
Además, Sean Connery estaba en plenitud de forma y su atractivo resultaba incuestionable, aportando además al personaje la típica flema británica.
Con los trucos tecnológicos que serían una seña de identidad de la saga y la colección de chicas atractivas, la película se asentaba como un pasatiempo lúdico sofisticado y marcadamente sexy, para los cánones de la época.
La imagen de la chica bañada en oro (Shirley Eaton) es ya una de las más icónicas de la serie.
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