El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 22 de junio de 2023

Faldas de acero



Dirección: Ralph Thomas.

Guión: Ben Hecht.

Música: Benjamin Frankel.

Fotografía: Ernest Steward.

Reparto: Bob Hope, Katharine Hepburn, Noelle Middleton, James Robertson Justice, Robert Helpmann, David Kossoff, Alan Gifford, Nicholas Phipps, Paul Carpenter.

Cuando un oficial menos cualificado es ascendido de rango, la capitana soviética Vinka Kovalenko (Katharine Hepburn), enfadada, coge un avión y se marcha a Alemania Occidental.

Curiosa comedia que reúne a Bob Hope y Catharine Hepburn en unos papeles curiosos: él capitán de la aviación de Estados Unidos y ella capitana de la soviética. De hecho, a pesar de lo buena actriz que era Catharine Hepburn, nunca fui capaz de creérmela como mujer atractiva, por lo que es un impedimento a la hora de seguir el romance con Bob Hope. Sí que le va ese aire brusco de militar, si bien hemos de reconocer que esta actuación suya no figura entre sus trabajos más notables.

El argumento es bastante disparatado, por lo que no vale realmente la pena ni analizarlo seriamente. El tema de la cómo la disciplinada y convencida comunista se va dejando seducir por ciertas bondades de occidente es simple y muy predecible. Por cierto, eso mismo lo habíamos disfrutado en Ninotchka (1939), del genial Ernst Lubitsch, sin que sea necesario explicar las grandes diferencias de ambas comedias. También se adivina en seguida que la planificada boda del capitán Lockwood (Bob Hope) se irá al traste con la irrupción de Vinka en su vida.

Este argumento, con complicaciones varias por la presencia de los soviéticos persiguiendo a Vinka para hacerla regresar a la fuerza a su país, es un mero andamio sin demasiada solidez para permitir desarrollar el juego de chistes de Bob Hope y las críticas oportunas al régimen comunista, que se explica lógicamente por la época en que está filmada la cinta, cuando la Guerra Fría era una realidad que acaparaba el interés mundial. 

Pero la verdad es que la historia no tiene mucho recorrido, es previsible y se desarrolla sin ningún momento realmente logrado. Es cierto que algunas réplicas de Bob Hope son ingeniosas, pero en general son bastante escasas y sobre todo se centran en el arranque del film, por lo que a partir de la primera parte del mismo la película va cayendo en ingenio y las bromas pierden imaginación, resultando muchas de ellas bastante ridículas.

Y sin embargo, no sé exactamente el motivo, la película se deja ver con cierto agrado, tal vez porque Bob Hope resulta realmente entrañable como cómico, al menos para mí, y la historia, de tonta que es, no permite que nos la tomemos demasiado en serio, por lo que sencillamente disfrutamos de sus pequeños aciertos e incluso de sus disparates con cierta benevolencia.

Así pues, hemos de reconocer que Faldas de acero (1956) es una comedia bastante floja. La única manera de disfrutarla es sabiendo lo que va a ofrecernos y tomarlo tal y como viene, dejándonos llevar por la tontería planteada sin vergüenzas ni complejos.

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