El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 23 de junio de 2023

Yakuza



Dirección: Sydney Pollack.

Guión: Paul Schrader y Robert Towne (Historia: Leonard Schrader).

Música: Dave Grusin.

Fotografía: Okazaki Kozo y Duke Callaghan.

Reparto: Robert Mitchum, Ken Takakura, Eiji Okada, Herb Edelman, Richard Jordan, James Shigeta, Keiko Kishi, Christina Kokubo, Kyosuke Machida, Brian Keith.

Cuando George Tanner (Brian Keith) le pide a su viejo amigo Harry Kilmer (Robert Mitchum) que le ayude a rescatar a su hija, en manos de un clan de la Yakuza, la mafia japonesa, éste acepta y regresa a Japón, tras muchos años de ausencia.

Sydney Pollack no figura seguramente en ninguna lista de los mejores directores de la historia. Sinceramente, no entiendo el motivo. Repasando su obra nos encontramos con películas tan poderosas como Las aventuras de Jeremiah Johnson (1972), Tal como éramos (1973), Tootsie (1982), Memorias de África (1985) o la que considero su obra maestra, Los tres días del cóndor (1975), por ejemplo. Una carta de presentación que está al alcance de muy pocos.

Yakuza (1974), para algunos su obra más redonda, es otro ejemplo de la maestría de un director especial, capaz de aunar acción con intimismo de una manera totalmente natural, engrandeciendo de esta manera un film de acción como éste hasta convertirlo en un hermoso canto a la amistad, el respeto, la comprensión, el perdón y la armonía entre diferentes culturas.

La historia toca muchos puntos y todos son tratados con la importancia que merecen, conjugándose en un film complejo que no se limita simplemente a narrar una historia de venganzas, sino que el pasado de los protagonistas se erige en un elemento clave de los acontecimientos.

Harry había estado destinado en Japón una vez concluida la Segunda Guerra Mundial y allí había salvado la vida de una joven, Eiko (Keiko Kishi) y de su hija, enamorándose además de ella. Sin embargo, Eiko nunca aceptó casarse con Harry, sin explicarle el motivo, que estaba relacionado con su hermano Ken (Ken Takakura), por lo que entre éste y Harry se creó una barrera aparentemente insalvable. 

Con estos elementos y algunos más difíciles de resumir por su densidad, Pollack teje una trama de amores imposibles, heridas mal curadas, recelos y secretos que el regreso de Harry a Japón hará estallar, al tiempo que se enfrentan a un clan de la Yakuza que ha jurado matar a Ken y a Harry.

Lo que podría dar lugar a un film confuso o meramente de acción, en las manos de Sydney Pollack se convierte en una introspección en lo más profundo del alma de los protagonistas. Pero cuando llega la hora de ajustar cuentas, el director también sabe darle a esas luchas el grado de intensidad necesarios para convertirlas en un espectáculo de una violencia desatada perfectamente escenificado.

Es verdad que el argumento se complica quizá innecesariamente con algunos detalles que acercan algunos elementos de la trama al mundo del folletín, pero aquí también el director tiene el pulso suficiente para mantener el drama encauzado. Otro punto que no acabó de convencerme es la manera algo excesiva que tiene el guión de prolongar el final con algunas escenas que, si bien aportan detalles interesantes al relato, creo que son demasiadas y echo de menos un desenlace más conciso y más potente.

Pero son detalles mínimos dentro de una película densa, que sabe exponer los conflictos personales con elegancia y que demuestra cómo una película de acción no tiene porqué estar vacía de contenidos.

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