Dirección: Jean-Pierre Jeunet.
Guión: Guillaume Laurant y Jean-Pierre Jeunet.
Música: Yann Tiersen.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Reparto: Audrey Tautou, Mathieu Kassovitz, Rufus, Lorella Cravotta, Serge Merlin, Jamel Debbouze, Clotilde Mollet, Claire Maurier, Isabelle Nanty, Dominique Pinon, Artus de Penguern, Yolande Moreau.
Amélie (Audrey Tautou) tuvo una infancia solitaria, con lo que desarrolló una gran imaginación. Ya adulta, continúa sin relacionarse mucho con la gente. Pero un día descubre escondida en su apartamento una caja con recuerdos infantiles y ese hecho cambiará su vida.
Sin duda, en el momento de su estreno Amélie (2001) supuso un soplo de aire fresco en el universo de la comedia romántica, aportando una inventiva desbordante que hacía de la cinta un moderno cuento de hadas con toques surrealistas y una bondadosa intención de transmitir optimismo a toda costa.
El principal acierto de Jean-Pierre Jeunet, con unos claros precedentes por el cine fantástico, ha sido elegir a Audrey Tautou como protagonista de la película. Con su mirada hipnotizadora, su sonrisa pícara y ese aire de niña grande la actriz dota de un encanto genuino a su personaje que, en otras manos, no sé bien a dónde habría ido a parar. Pero esta actriz derrocha naturalidad y encanto y termina enamorando al público, de manera que hace mucho más creíble y cercano el mensaje de la película y el director además sabe sacar partido a su mirada colocando la cámara a la altura de los ojos.
Sin embargo, a pesar de la tremenda originalidad del guión y el enfoque tremendamente novedoso, creo que a Amélie le sobran minutos de manera más que notoria. Si el comienzo es realmente original y nos engancha a un cuento lleno de pequeños detalles tiernos y maravillosos, al intentar explotar demasiado la idea, Jean-Pierre Jeunet cae por un lado en repeticiones que llegan a aburrir, una vez pasada la sorpresa inicial, y por otro abusa de algunos juegos imaginativos hasta caer en cierta banalidad en determinados momentos.
Es más, el juego acaba comiéndose la verdadera esencia de los personajes, que pierden entidad para convertirse en meros ejecutores de acciones cada vez más incomprensibles. Incluso el enamoramiento de la protagonista de Nino (Mathieu Kassovitz) se prolonga absurdamente en exceso, con lo que llega a perder el encanto que podría tener al principio. Por otra parte, ese afán de originalidad se descontrola con algunos personajes, como el propio Nino que, a ojos de cualquiera, se acercaría más a un perturbado, tirado en el suelo de la estación cuando lo conoce Amélie, que a alguien que inspire amor.
Seguramente manteniendo el relato en un tono menos extravagante, dejando un tanto de lado los juegos detallistas repetitivos y centrándose algo más en la personalidad de los protagonistas, el resultado habría sido igual de fantástico pero menos cansino.
Defectos a parte, Amélie ha de ser valorada especialmente por el derroche de imaginación y, especialmente, por la reivindicación de los sueños, de las esperanzas, de ser diferente a la normalidad y disfrutar de ello. Es una película optimista y positiva que encierra en ese mensaje lo más valioso de su propuesta.
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