Dirección: Michael Curtiz.
Guión: Frank Davis y Winston Miller.
Música: Max Steiner.
Fotografía: Robert Burks.
Reparto: Will Rogers Jr., Nancy Olson, Lon Chaney Jr., Anthony Caruso, Wallace Ford, Clem Bevans, Merv Griffin, Louis Jean Heydt, Heb Wooley, Slim Pickens, Tyler MacDuff, James Griffith.
Camino del condado de Lincoln, Tom Brewster (Will Rogers Jr.), un estudiante de leyes, pasa por Bluerock, un pueblo dominado por su corrupto alcalde Barney Turlock (Lon Chaney Jr.), que le ofrece el puesto de shérif.
El muchacho de Oklahoma (1954) es uno de los westerns más curiosos que he visto en mi vida. Con tanto de comedia como de film de suspense que de western, Michael Curtiz demuestra que era un director para todos los géneros.
La película se centra en la figura de Tom, un joven que acaba de examinarse para abogado y que por una casualidad acaba de shérif en un pueblo gobernado con mano de hierro por el alcalde, un tipo corrupto que no dudó en asesinar al anterior defensor de la ley para mantener su poder en la zona y que decide ofrecer el puesto a Tom aprovechándose de que lo considera un inútil para el puesto, ya que no sabe utilizar un revólver. De esta manera, el alcalde cree que podrá seguir ejerciendo su voluntad sin que nadie se le interponga.
Pero precisamente, en la debilidad de Tom reside su fortaleza, porque no necesita usar un arma para imponer el orden, le basta con su palabra que se apoya en su conocimiento de las leyes y su integridad para hacerlas respetar, hasta el punto de que quiere encarcelar al alcalde por servir alcohol a un menor de edad: a Billy el Niño. Este detalle ya nos señala que estamos ante una película que en muchos momentos se acerca mucho a la comedia, especialmente con el personaje de Tom, que no bebe alcohol, no lleva pistola y dejó de fumar a los diez años.
Está claro que este planteamiento impide que nos tomemos en serio el argumento de El muchacho de Oklahoma, pues carece de cualquier clase de dramatismo. Incluso la investigación sobre quién mató al shérif anterior carece de emoción, pues desde el principio sabemos quién es el culpable e intuimos también el motivo. Todo el argumento es fácilmente predecible y los malos la verdad es que no llegan a asustar demasiado teniendo en cuenta que el final feliz y el triunfo de la justicia están más que cantados desde el arranque mismo de la película.
Así que el interés de El muchacho de Oklahoma se limita, que no es poco, a saborear los acontecimientos simpáticos que van sucediendo, como el tierno romance entre Tom y la hermosa Katie (Nancy Olson), donde llama la atención la insistencia de Tom en que la joven se vista como una mujer y no con pantalones. Hay que recordar que la acción transcurre en el siglo XIX.
El protagonista, hijo de la famosa estrella de cine Will Rogers que llegó a ser, en los años treinta del siglo XX, el actor mejor pagado de Hollywood, no es que resulte especialmente carismático, pero sí que da para el papel que encarna: una buena persona, algo inocente, pero noble y valiente. Además, forma una hermosa pareja junto a la joven Nancy Olson, haciendo que su casto romance resulte realmente encantador.
Una película por lo tanto sorprendente, muy ingenua, es verdad, pero en esa misma ingenuidad reside su innegable encanto.
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