El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 5 de mayo de 2023

Tímidos anónimos



Dirección: Jean-Pierre Améris.

Guión: Jean-Pierre Améris y Philippe Blasband,

Música: Pierre Adenot.

Fotografía: Gérard Simon.

Reparto: Benoît Poelvoorde, Isabelle Carré, Lorella Cravotta, Lise Lamétrie, Swann Arlaud, Pierre Niney, Stéphan Wojtowicz, Jacques Boudet, Grégoire Ludig.

Angélique (Isabelle Carré) es una joven terriblemente tímida que posee un talento especial para el chocolate, por lo que decide acudir a una empresa familiar que ofrece un puesto de trabajo.

Con un éxito arrollador en Francia en su estreno, Tímidos anónimos (2010) es una maravillosa y modesta comedia romántica que demuestra que aún se le puede dar una vuelta más a un género dominado por la escasa originalidad.

El punto de partida es realmente interesante: un romance entre dos personas tímidas hasta decir basta. Angélique incluso acude a una terapia de grupo para poder superar su timidez y eso le provoca incluso desmayos en momentos de máxima tensión. La casualidad hace que sea contratada en una pequeña empresa en la que el propietario, Jean-René (Benoît Poelvoorde), padece del mismo mal que la joven, acudiendo él a un psicólogo que intenta por medio de pequeños retos que vaya superando sus miedos.

El acierto del guión es que logra una aproximación muy certera al problema de los protagonistas, no se cae nunca en la caricatura ni se sobrepasan los límites de lo comprensible. Angélique y René son seres de carne y hueso, tremendamente humanos en su debilidad, y eso los hace muy cercanos y que comprendamos sus miedos y suframos también cuando se les presenta un obstáculo que para ellos es como una montaña. 

Con esta precisa caracterización de los dos protagonistas, el humor nace de manera natural al confrontarlos con situaciones normales que para ellos son un reto. Nunca se llega a sobrepasar lo que dicta el sentido común y sus reacciones resultan del todo asumibles una vez que entendemos sus problemas y sus miedos. Así que el romance entre ellos, torpe y tierno a la vez, se convierte en una carrera de obstáculos que deseamos fervientemente que superen, tal es la empatía que llegamos a tener con ellos. 

Y en eso es fundamental el maravilloso trabajo de los dos actores principales. Isabelle Carré le da a su personaje una fragilidad maravillosa y además resulta tan encantadora que acabamos rendidos a sus encantos; nos hace reír con sus torpezas, pero también nos conmueve profundamente llegado el momento. Y cuenta además con la inestimable compañía de Benoît Poelvoorde, realmente perfecto en la manera de expresar sus miedos sin caer nunca en la parodia o el ridículo. Juntos desprenden una química y una complicidad absoluta y logran que sus personajes resulten cercanos y entrañables.

Es cierto, sin embargo, que la primera mitad de la película resulta mucho mejor que la segunda, donde se pierde un poco la gracia y el guión titubea a la hora de mantener el nivel del comienzo llegando a un final que no resulta del todo memorable; tampoco es que defraude, pero se nota que la originalidad del comienzo se debilita a la hora de llegar al momento de escenificar el final feliz.

Tímidos anónimos, sin embargo, logra el difícil reto de ser una película romántica sin caer en tópicos, de ser comedia sin resultar forzada y de conmovernos desde una mirada sensible hacia la naturaleza humana.

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