Dirección: Akira Kurosawa.
Guión: Akira Kurosawa, Shinobu Hashimoto y Hideo Oguni.
Música: Fumio Hayasaka.
Fotografía: Asakazu Nakai (B&W).
Reparto: Toshirō Mifune, Takashi Shimura, Daisuke Kato, Isao Kimura, Minuro Chiaki, Seiji Miyaguchi, Yoshio Inaba, Yoshio Tsuchiya, Yukiko Shimazaki, Keiko Tsushima, Kamatari Fujiwara, Kokuten Kōdō.
Japón, finales del siglo XVI, un pueblo de campesinos, hartos de sufrir los saqueos de los bandidos, decide contratar a unos samuráis para hacer frente al próximo ataque.
Akira Kurosawa es quizá el director japonés más universal. La clave de ese reconocimiento reside en la maestría con la que es capaz de aunar épica y sentimientos, relatos grandiosos siempre con el hombre como centro de todo. Si tuviera que buscar un director occidental de corte similar estos serían John Ford y David Lean.
De hecho, para Los siete samuráis (1954) Kurosawa se inspiró en los westerns de John Ford para crear una de sus obras más reconocidas universalmente y que está en la base de muchas películas posteriores que beben, directa o indirectamente, de esta obra.
El conflicto de un pueblo de campesinos con los bandidos, que saquean su aldea regularmente e incluso secuestran a sus mujeres, da pie para crear un relato que aúna la épica del enfrentamiento de los campesinos con la ayuda de siete samuráis con un análisis de la condición humana, tanto individual como colectivamente.
La grandeza de Los siete samuráis es que funciona perfectamente en todos los niveles.
A nivel histórico, por ejemplo, tenemos una visión muy certera de la realidad social y económica de Japón en el siglo XVI. Los samuráis contratados como mercenarios son en realidad ronin, es decir, guerreros sin amo, que malviven y aceptan ayudar a los aldeanos solamente a cambio de comida. Además, son un grupo visto con recelo por los campesinos, pues temen que con su maestría en la lucha puedan aprovecharse de ellos. La imagen pues que se ofrece de los samuráis no es muy positiva. Como tampoco lo es el hecho de que los campesinos tengan que recurrir a contratar mercenarios para defenderse, algo que habla muy mal de la estructura del estado en esa época.
La miseria de los aldeanos también refleja las duras condiciones de vida de la época, con una economía de subsistencia y unas condiciones de vida bastante precarias.
A nivel meramente humano, Kurosawa logra reflejar con precisión las miserias de la naturaleza humana, encarnadas en los habitantes de la aldea, egoístas y mezquinos que, aunque solicitan ayuda de los mercenarios simplemente a cambio de comida, son incapaces de vencer sus miedos y ni siquiera acuden a recibirlos cuando llegan a la aldea. Y en el momento de la verdad seguirán demostrando su cobardía, incapaces de sacrificarse por el grupo y menos aún de confiar en los samuráis.
Éstos, por su parte, sí que son los suficientemente generosos como para poner en peligro sus vidas a cambio de casi nada. Solamente por su sentido del deber, por ayudar a los necesitados, demostrando una valentía más allá de la meramente militar.
Una vez cumplida la misión, los campesinos volverán a demostrar su ingratitud, plantando el arroz mientras ignoran los tres supervivientes que sienten que han vuelto a perder, pues se irán de la aldea tan solos y necesitados como al llegar.
Con una fotografía espléndida, el director mantiene el relato siempre en tensión, sin tiempos muertos, creciendo en intensidad a medida que se acerca el momento decisivo de la lucha con los bandidos. Con una exposición siempre clara y precisa, Kurosawa también es capaz de transcender el mero relato bélico con momentos de una belleza casi poética, como en el romance del joven samurái Katsushiro (Isao Kimura) con Shino (Keiko Tsushima).
Es cierto, sin embargo, que la expresividad de los actores japoneses choca con el estilo occidental, de manera que puede resultar algo teatral la manera de comportarse de ciertos personajes en algunos momentos. Ello es especialmente notable con la figura de Kikuchiyo (Toshirō Mifune), el personaje más estrafalario de todos y en el que recae el papel de cómico del grupo y cuyas reacciones no encajan con lo habitual en la cultura occidental. Una vez asumidas esas diferencias, lo que se consigue rápidamente, son meros detalles sin más trascendencia.
Definitivamente, una película grandiosa de un director con un talento y una sensibilidad excepcionales.
La muy conocida Los siete magníficos (John Sturges, 1960) es una versión en clave de western de la obra de Kurosawa. Cualquier comparación entre ambas resulta innecesaria y absurda.
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