El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 21 de mayo de 2023

El año que vivimos peligrosamente



Dirección: Peter Weir.

Guión: David Williamson, Peter Weir y C. J. Koch (Novela: C. J. Koch).

Música: Maurice Jarre.

Fotografía: Russell Boyd.

Reparto: Mel Gibson, Sigourney Weaver, Bill Kerr, Michael Murphy, Linda Hunt, Noel Ferrier, Bembol Roco, Domingo Landicho.

1965, el periodista australiano Guy Hamilton (Mel Gibson) llega a Yakarta en un momento de máxima tensión política. El fotógrafo local Billy (Linda Hunt) será su compañero en el trabajo y su amigo.

Peter Weir ya había llamado la atención del mundo del cine con un comienzo de su carrera realmente interesante, en especial con Picnic en Hanging Rock (1975), pero será precisamente El año que vivimos peligrosamente (1982) la cinta que le abrirá definitivamente las puertas de Hollywood, donde seguirá con una carrera llena de títulos notables.

Lo más destacable de la película es cómo con tan pocos elementos el director consigue montar un relato interesante sobre el amor y la amistad que destaca realmente más por la puesta en escena que por lo narrado, por lo que se insinúa que por lo que se muestra, por lo que promete que por lo que finalmente entrega.

Con estas afirmaciones se podría pensar que estamos ante un montaje aparente pero vacío. No del todo, porque gracias a la habilidad de Peter Weir, lo que podría ser un film pretencioso y pedante se libra de estas etiquetas gracias a una puesta en escena precisa que nos muestra las miserias de Indonesia sin abusar de clichés, o la mediocridad del mundo del periodismo como telón de fondo de una extraña amistad entre el misterioso Billy y el decidido y arrogante Guy. Una historia en la que irán aflorando las debilidades del primero, que busca desesperadamente algo que no existe: no existe el líder redentor de su pueblo, como no existe el amigo perfecto. Cuando Billy abra finalmente los ojos, cuando el mundo de fantasía y esperanza se derrumbe, cuando la muerte muestre su crueldad, no le quedará nada por lo que vivir.

Es en el relato sobre el amor entre Guy y Jill (Sigourney Weaver) donde el guión muestra más su carencia de profundidad. De nuevo, las promesas superan a lo obtenido y el romance se reduce realmente a muy poco, en especial si lo comparamos con la amistad entre Guy y Billy o incluso con el relato de las convulsiones políticas del momento que, al igual que el romance, amagan con más de lo que finalmente nos ofrecen.

Y a pesar de todo, Peter Weir consigue llenar casi dos horas de metraje que se pasan veloces, siempre pendientes del siguiente instante, de la siguiente confidencia, de un nuevo descubrimiento en las vidas de los protagonistas que, bien mirado, tampoco terminan de concretarse, quedando más dudas sobre quienes son realmente que lo que descubrimos. Es el arte de prometer, y lo ejerció con buen pulso.

Linda Hunt, en un papel masculino, se llevó el Oscar al mejor secundario mientras Mel Gibson mostraba su tremendo atractivo como llave para una carrera con algunos títulos resultones pero lejos de lo que parecía prometer. 

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