El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 3 de mayo de 2023

La carta final



Dirección: David Jones.

Guión: Hugh Whitemore (Libro: Helene Hanff).

Música: George Fenton.

Fotografía: Brian West.

Reparto: Anne Bancroft, Anthony Hopkins, Judi Dench, Jean De Baer, Maurice Denham, Eleanor David, Mercedes Ruehl, Daniel Gerroll, Wendy Morgan, Ian McNeice, J. Smith-Cameron, Tom Isbell.

Helene Hanff (Anne Bancroft) es una escritora neoyorquina que al no encontrar en las librerías locales libros raros de escritores ingleses decide pedirlos a una librería de Londres especializada. Comienza así una larga relación epistolar entre ella y Frank Doel (Anthony Hopkins), el empleado que tramita sus pedidos.

La carta final (1987) es una adaptación del libro que escribió la protagonista de la historia y que abarca nada menos que un período de casi veinte años durante los cuales la escritora mantuvo correspondencia con Frank Doel, un librero de Londres que atendía sus demandas. Lo que comenzó siendo una mera relación comercial terminó derivando en una sincera amistad que solo truncó la muerte de Frank. A pesar de que Helene planeó viajar a Londres para poder conocerlo, y a sus compañeros de trabajo, al final nunca llegaron a verse en persona. Cuando Helene finalmente viajó a Londres, la librería ya había cerrado y solo pudo visitar el local vacío.

La película es un retrato de unas buenas personas y cómo la pasión en común por la literatura puede unirlos, a pesar de ser muy diferentes en carácter y a pesar también de la distancia. Helene es vitalista, impulsiva y abierta, como una buena norteamericana; en cambio Frank es educado, tímido, muy formal, un inglés de pura cepa. Pero aman los libros y a través de las cartas se van abriendo poco a poco el uno al otro y comienzan a compartir datos sobre su vida, sus gustos, su familia. La amistad nace casi sin querer, fruto de la sinceridad y la amabilidad mutuas. Además, Helene empieza a enviarles comida en cuanto conoce la escasez que padecen por culpa del racionamiento tras la Segunda Guerra Mundial y se crea un lazo de agradecimiento que se une al incipiente afecto.

No se puede hablar de una historia de amor, pero sí de una amistad tan grande como el amor más puro y el dolor que golpea a Helene con violencia cuando lee que Frank acaba de fallecer también nos golpea a nosotros, tal es la magia del cine y de un relato sencillo que nos ha metido de lleno en medio de esa amistad tan peculiar, tan hermosa y tan sincera.

Anne Bancroft está magnífica. En ella recae el peso de la película y lo soporta con una naturalidad admirable. Anthony Hopkins nos ofrece un ejemplo de su estilo sobrio y elegante que ha sido su tarjeta de presentación, incluso cuando tuvo que encarnar a personajes muy diferentes a Frank.

La puesta en escena es realmente sencilla, con unos pocos personajes que sirven para amenizar el relato que, de todos modos, se desarrolla con la voz en off que va leyendo las cartas. Solamente el director se permite el pequeño artificio de hacer que Helene y Frank hablen directamente a la cámara, dando a entender que se están hablando, simuladamente, cara a cara.

La carta final es una película hermosa, muy original, y que expone con una naturalidad maravillosa unos sentimientos de solidaridad y amistad entre personas desconocidas pero unidas por su pasión común y especialmente por su gran corazón. Es cierto que tal vez le sobran algunos minutos, pues mantener la emoción y el interés con tan pocos elementos no siempre es fácil, pero ello no impide que estemos ante una película muy bonita que da gusto disfrutar con calma.

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