Dirección: Henry Koster.
Guión: Robert E. Sherwood y Leonard Bercovici (Novela: Robert Nathan).
Música: Hugo Friedhofer.
Fotografía: Gregg Toland (B&W).
Reparto: Cary Grant, Loretta Young, David Niven, Monty Woolley, James Gleason, Gladys Cooper, Elsa Lanchester, Sara Haden, Karolyn Grimes.
El obispo Henry Brougham (David Niven) está obsesionado con construir una catedral, aunque la recaudación está sufriendo grandes contratiempos. Abatido, pide a Dios que le ayude.
La presencia de un ángel (Cary Grant) bajado del cielo para ayudar a los mortales en sus problemas nos recuerda sin duda a ¡Qué bello es vivir! (Frank Capra, 1946). Pero aquí acaban las similitudes, pues La mujer del obispo (1947) esconde en su argumento una emotiva e imposible historia de amor realmente conmovedora.
La premisa principal es la de un obispo tan obsesionado con su trabajo, en especial el ambicioso proyecto de construir una catedral, que ha desatendido todas sus demás obligaciones, como atender otras necesidades de su parroquia, visitar a sus amigos y, sobre todo, ocuparse de su mujer Julia (Loretta Young) y de su hija Debby (Karolyn Grimes).
En respuesta a sus plegarias a Dios pidiéndole ayuda, el ángel Dudley viene a echarle una mano, aunque la ayuda que le presta no se corresponde con lo que el obispo espera. Para Henry lo principal es la catedral, aunque el ángel viene a ayudarle a él y lo que el obispo más necesita es reordenar sus prioridades, por eso no comprende a Dudley e incluso llega a cogerle manía al sentirse celoso, pues ve cómo su mujer ha recobrado una alegría de vivir que hacía tiempo que no tenía gracias al ángel.
Y es que el problema es que Dudley, sin pretenderlo, termina enamorado de Julia, una mujer maravillosa junto a la que se siente feliz. Es un amor imposible, sobre todo porque Julia no siente lo mismo, ella admira a Dudley y se divierte a su lado, pero está enamorada de su marido y lo único que espera es recuperarlo, volver a aquella complicidad que tenían antes de que las ocupaciones de su cargo lo absorbieran de tal manera que la dejara relegada a un segundo plano.
Lógicamente, al final se arreglan las cosas convenientemente para todos menos para Dudley, que es rechazado por Julia y no encuentra la felicidad que buscaba.
Un curioso cuento navideño, como vemos, que sobre todo pretende mostrar la importancia de disfrutar de la vida con sencillez, de aquello que nos hace felices y que da sentido a la vida, establecer prioridades, poniendo todo aquello no nos es indispensable en su lugar exacto. La conversación entre Dudley y la millonaria Agnes Hamilton (Gladys Cooper) es sobradamente elocuente: ella prefirió un marido rico, que le diera seguridad, a su verdadero amor y ahora solo es una viuda egoísta, amargada y solitaria.
Lo interesante es que, a pesar del componente religioso y moralista del argumento, el guión es tan elegante e inteligente que evita que la película resulte cursi, sensiblera o ridículamente edificante. El relato, aunque sea un cuento imposible, resulta cercano, sus propuestas tienen sentido y los personajes son humanos, entrañables, pero nunca empalagosos. Por ejemplo, si el ángel de ¡Qué bello es vivir! rozaba la ñoñería, Dudley es elegante, simpático sin forzar las cosas, amable de un modo natural y cae bien sin tener que resultar caricaturesco. Claro que contar con Cary Grant para interpretarlo ayuda mucho a conseguir que resulte encantador de manera completamente natural; pero en el fondo está tratado con suma elegancia, como todos los personajes de la historia, de manera que el relato adquiere una autenticidad increíble dado el argumento.
Pero sería injusto no mencionar a Loretta Young, una actriz con una personalidad muy marcada y que, sin ser especialmente hermosa, con esa mirada tan poderosa explica que un ángel pueda caer rendido ante ella. Y David Niven, un gran actor que a veces caía en la parodia de sí mismo, en esta ocasión muestra una precisión envidiable en la composición de un hombre sorprendido y sobrepasado por los acontecimientos, pero siempre conservando la compostura.
Henry Koster además se muestra muy preciso en la puesta en escena, sacando partido muy hábilmente de los juegos de luces y sombras cuando aparece Dudley, creando cierto misterio elegante. No abusa de los poderes especiales del ángel, de manera que éstos no acaparan protagonismo ni se explotan con fines cómicos o alardes técnicos, sino que solamente apoyan el discurso de manera muy acertada, como cuando el obispo no puede despegarse de su silla, lo que le sirve al enamorado Dudley para pasar más tiempo a solas con Julia.
Porque, en el fondo, la película es una tierna historia de amor no correspondido donde el ángel, que ayuda a todo el mundo, termina por ser el peor parado. Y en el fondo nos compadecemos de él porque entendemos que una eternidad sin amor es realmente un desierto que nadie querría recorrer.
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