El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 28 de abril de 2010

Gladiator (El gladiador)


Cuando pintan bastos para el talento y la imaginación... la técnica y el dinero, al menos en Hollywood, están prestos a acudir en ayuda raudos, cual Séptimo de Caballería en las añoradas películas de mi infancia.
Había pasado mucho tiempo desde que Hollywood ofreciera el último peplum, género desalojado del salón hacia los oscuros rincones del desván de la memoria. Así que la vuelta del género tenía que ser espectacular, dentro de lo que se entiende hoy en día por espectáculo (algo más próximo a los fuegos artificiales que al rigor creativo) Actualmente parece que cualquier film en el que no se inviertan medios materiales desmesurados, casi indecentes, no merece la más mínima atención de los sesudos productores; que por lo visto siguen confundiendo cantidad con calidad.
Lo que sucede es que el envoltorio es tan maravilloso por lo general, y en este caso especialmente, que el hacer una crítica desfavorable resulta para mí algo casi sacrílego. Sin embargo, mi amor al cine clásico y a la historia son dos baluartes que me impiden propasarme en las alabanzas hacia esta obra de un director (Ridley Scott) al que respetaba por ser responsable de algunas de las mejoras películas de las recientes décadas.
Pero centrémonos en este galardonado film, con ya nueve años a sus espaldas y que, finalmente, he logrado completar tras tres visionados parciales, prueba del poco entusiasmo con que lo afrontaba.
Estamos en el año 180 D.C., el emperador Marco Aurelio (Richard Harris) dirige la campaña contra los germanos. A su lado está Máximo Décimo Meridio (Russell Crowe), valiente general al que le une un afecto filial. Cuando llega al frente su hijo Comodo (Joaquín Phoenix), que aspira a heredar el imperio, éste espera que su anciano padre lo nombre al fin su sucesor. Sin embargo, Marco Aurelio no ve en su hijo las virtudes de un buen gobernante y le anuncia que será Máximo el que lo sucederá con la tarea de devolver el poder al Senado. Humillado y dolido, Cómodo asesina a su padre y se proclama Emperador.
Así arranca Gladiator (El gladiador) (2000) y lo hace además de manera brillante: la campaña contra los germanos está muy bien filmada hasta el momento de la batalla, en que el director da rienda suelta al efectismo y los detalles escalofriantes en lo que ya es una odiosa costumbre del cine actual: mostrar en exceso para conmover de la manera más burda y chabacana posible. A partir de ahí, el argumento cae en los tópicos más elementales y a nadie sorprende la aparente caída del héroe y su progresivo ascenso. El guión es del todo previsible y por ello no es extraño que nos recuerde a otros films épicos de parecida hechura.
Venganzas personales que parecen mover los hilos de la historia a su antojo; amores imposibles; actos heróicos en el último instante que redimen toda una vida de humillación; malos malísimos carentes de escrúpulos; guerreros como castillos que sabemos que se desharán como azucarillos ante nuestro héroe, ... La lista de tópicos tendría la extensión misma del film. La guinda, claro está, reside en el sublime envoltorio: unos efectos especiales alucinantes, sobre todo en la recreación del Coliseo romano, que no dejan de asombrarnos pero que, por sí solos, no me aportan nada más que la constatación de los formidables medios técnicos que cuenta la industria del cine. Sin embargo, con modestas trasparencias, films de hace más medio siglo eran infinitamente más conmovedores y auténticos que estos mecanos en que se mezclan las dosis precisas de técnica, dinero, sexo y épica de bote para obtener la recompensa taquillera que se persigue detrás de tanta vacuidad.
Ridley Scott es un director con talento, de eso no hay duda y Gladiator (El gladiador) tiene el sello de aquel que controla su oficio. Pero para llegar al Olympo hace falta algo más. Es complicado definirlo: hubo directores que desde la modestia lograron films sublimes y otros que con superproducciones también alcanzaron la cima de su talento. La calidad no depende de cosas tangibles. Y a Ridley Scott, analizando el conjunto de su carrera, le falta ese pequeño plus que lo encumbre sin ningún género de dudas. De él dependía hacer algo más que un film resultón con el material y los medios de que disponía y se ve que optó por el camino fácil. Solo así se explican algunos planos absurdos (preciosos pero vacíos de significado) que salpican la película sin aportar gran cosa, salvo esa estética manierista de spot publicitario que invade el cine actual. Así se explica también el endulzamiento de algunas secuencias hasta hacerlas odiosas o que pasase de puntillas por la compleja personalidad de Cómodo, un filón sin explotar realmente ya que para ello hubiera sido necesario más atrevimiento y saltarse algunas normas que parecen encorsetar estos films en meros espectáculos circenses; o que se trate la historia como un cómic al uso donde poco importa si se es más o menos veraz con tal de ofrecer un plato al gusto de todos (la insistencia a lo largo del film de que restaure la República en detrimento al Imperio recuerda sin duda a la propaganda norteamericana de su maravillosa democracia en contra de regímenes dictatoriales en una sibilina manipulación histórica que apesta por todos lados). Se podrían enumerar multitud de "errores" históticos del film, pero para no aburrir y para centrarnos en los más chirriantes habrá que aclarar que Marco Aurelio confiaba plenamente en su hijo Cómodo y así hizo que cogobernase con él durante 3 años, hasta su muerte (no asesinato, naturalmente); Cómodo fue un emperador bastante amado por el pueblo, precisamente por mimarlo con abundantes juegos, y no murió en el Coliseo, sino en su palacio víctima de una conjura. Se podría argumentar que no se trata más que de una película y, como tal, se permite ciertas licencias. Pero entonces mi pregunta es ¿porqué buscan una referencia histórica tan concreta si no van a respetarla en lo más importante?
Pero no todo deben críticas, pues Gladiator (El gladiador) cuenta sin duda con algunos aciertos de indudable mérito. Y el reparto sin duda es el principal. Tanto Russel Crowe como Richard Harris o el excelente Joaquin Phoenix, en la piel del atormentado emperador Cómodo, y el malogrado Oliver Reed, que falleció durante el rodaje de la película, tienen una muy buena actuación; Connie Nielsen, en el papel de la hermana de Cómodo, también hace un trabajo realmente destacable.
Las escenas de lucha están en general resueltas de manera brillante. La pena es la tendencia a exagerar, a hacer de las peleas ejercicios casi de malabares. Es la manía de rizar el rizo más allá de lo realmente necesario. A Máximo, algunas veces, podrían haberlo vestido de Superman y la cosa hubiera pasado casi inadvertida. Quizá esa tendencia al espectáculo puro y duro esté en el origen de otro error lamentable: en una escena aparece un luchador disparando una ballesta cuando este en un invento de la Edad Media.
Otro acierto, ya citado antes, es la maravillosa recreación de Roma y sus monumentos. No deja de ser algo meramente técnico, pero el resultado es magnífico.
Al final, me duele ver como un film que contaba con grandes posibilidades (por medios y por las personas al frente) de ser realmente algo grande se quede en un espectáculo brillante pero tramposo donde se va con descaro a la parte más comercial. No solo es necesario una presentación fantástica para lograr una buena película, al menos no es así para mí. Lo principal, lo que le pido a un film, básicamente, es honradez. Me temo que este no es el caso.
 
La película ganó cinco Oscars: mejor film, actor principal (Russell Crowe), vestuario, sonido y efectos visuales.

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