El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 30 de abril de 2010

Chungking Express



Parece ser que Kar-wai Wong, el director de este film, tiene por costumbre trabajar sin guión. Curiosa manera de hacer cine.
No sé si esta costumbre del director es lo que hace que se pase de una historia a la otra, pues en el film nos habla en realidad de dos soledades, sin ningún tipo de transición medida o ello es fruto de una idea predeterminada.
Chungking Express (1994) nos cuenta, decía, dos historias sin más relación entre sí que la de visitar ciertos lugares comunes, de referirse a dos policías de Hong Kong y la de estar marcadas ambas por la huella de la soledad.
En la primera se nos habla de un policía que sufre aún las consecuencias de un fracaso amoroso que le lleva a acaparar latas de piña con una determinada fecha de caducidad impresa. En medio de su tristeza, se siente atraído por una extraña mujer, siempre vestida con una gabardina y cubriendo su mirada con gafas de sol, que resulta ser, sin que él lo sepa, una traficante de drogas.
Y de pronto saltamos a la segunda historia, para mí la más lograda del film, donde otro policía consigue despertar el interés de la camarera del barucho donde come a diario.
Quizá el rasgo más llamativo del film es la manera de rodar tan particular de Kar-wai Wong. Impone un ritmo nervioso y una estética donde predomina el juego de colores, el encuadre forzado, los cambios de ritmo, las diferentes velocidades de filmación elegidas, etc. En definitiva, una elección arriesgada donde lo que no se quiere es ser convencional de ninguna manera. Arriesgada porque tanta afectación se mueve por el filo de la navaja y si no se reprimen los excesos se puede terminar en un juego de formas vacías.
Sin embargo, el mérito del director es contarnos una historia lo suficientemente atractiva, me refiero a la segunda, que ocupa la mayor parte del film y es la más lograda al adentrarse mejor en los personajes, como para interesarnos en el devenir de esas personas. Quizá la parte más emotiva es aquella en la camarera se dedica a visitar a escondidas el apartamento del policía y formar, de esta manera furtiva, parte de su mundo. Narrada con alegría y aparente despreocupación, no deja ser un hermoso canto al amor. Porque, por lo menos para mí, un film debe tener, para que me guste, alma. Y eso no lo da solamente un dominio técnico o una presentación sorprendente, lo que realmente cuenta es el sentimiento, la capacidad del director de conectar con nosotros, de interesarnos o de conmovernos. Eso sí que es cine.

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