El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de abril de 2010

El hombre que sabía demasiado


Alfred Hitckcock hizo un "remake" en Estados Unidos de su film británico de 1934 con algunos cambios en los escenarios y el desenlace. Esta versión de 1954 está más trabajada y el resultado, según el propio director, era más profesional.

El doctor Ben MacKenna (James Stewart) viaja con su esposa Jo (Doris Day) y su hijo pequeño (Christopher Olsen) por Marruecos durante sus vacaciones. Casualmente conocen a un ciudadano francés, Louis Bernard (Daniel Gélin), que morirá asesinado en brazos del doctor, revelándole la existencia de una conspiración para asesinar a un importante político en Londres.

Lo mejor de esta apasionante película está en la parte inicial en Marruecos. Aquí se van anudando los acontecimientos en torno a una pareja feliz y despreocupada que, de repente, se ve involucrada en una conspiración y con su hijo secuestrado para garantizar su silencio. Precisamente, el cómo unas personas inocentes ven sacudida su tranquilidad de repente es lo mejor de la película. En este sentido, las iniciales sospechas de Doris Day, aparentemente infundadas según su marido, son todo un acierto del guión, y remarcan un hecho incontestable: la mujer posee un sexto sentido del que hombre, un cordial y excelente James Stewart, carece.

La tensión, a partir del asesinato, no decae en ningún instante y nos lleva en vilo hasta la espléndida secuencia del concierto en el Albert Hall (el director de la orquesta era el mismísmo Bernard Herrman, autor de la música del film), para la que Hitchcock ya nos ha ido preparando desde los créditos iniciales. Era básico hacer partícipes al 100% a los espectadores de la tensión previa al momento en que el asesino tiene que disparar al embajador y en ello se centra el director en esta larga secuencia (tal vez un poco larga de más, pero muy lograda) donde nos hace compartir maravillosamente la angustia que siente Doris Day ante lo que parece inevitable.

El desenlace final, en la embajada es, sin embargo, la parte menos afortunada de la película. Con todo, el recurso de la canción "Que será, será" (ganadora del Oscar, por cierto) para descubrir el paradero del pequeño Hank es muy original y acertado.

Uno de los mayores talentos del director era saber narrar sin palabras y en este film tenemos unos cuantos momentos en que el solo uso de la cámara sirve para contarnos lo que está sucediendo. Uno sería la presentación de los protagonistas de vacaciones enfocándo sus caras y luego el lateral del autobús: sabemos que están de vacaciones y dónde. Pero el mejor ejemplo del talento de Hitchcock para contarnos cosas sin palabras es esa escena en la embajada que mencionaba antes, donde seguimos la voz de Doris Day escaleras arriba hasta que llega a los oídos de su hijo.

Genial James Stewart, con una interpretación magnífica donde pasa de ser un tranquilo hombre de vacaciones a la angustia y desesperación ante el peligro en que se ve envuelta su familia. También Doris Day hace un trabajo convincente y, en general, todo el reparto está a la altura; mencionar en concreto al asesino,interpretado por Regie Malder, que realmente asusta con su sola presencia, algo no solía ser habitual en todas las películas del director.

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