El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 11 de abril de 2010

Cautivos del mal




Dirección: Vicente Minelli
Guión: Charles Schnee (Historia: George Bradshaw)
Música: David Raksin
Fotografía: Robert Surtees
Reparto: Lana Turner, Kirk Douglas, Walter Pidgeon, Dick Powell, Barry Sullivan, Gloria Grahame, Gilbert Roland

Cautivos del mal (Vicente Minnelli, 1952) es uno de esos films de Hollywood que hablan de Hollywood. Este tema, el buscarse las cosquillas a ellos mismos, parece fascinar a la crítica. Pero lo importante es lo bien construido y lo bien narrado que está el film, de principio a fin.

Un productor de Hollywood reúne a tres antiguos colaboradores, la actriz Georgia Lorrison (Lana Turner), el director Fred Amiel (Barry Sullivan) y al guionista James Lee Bartlow (Dick Powell), para proponerles trabajar juntos en un nuevo proyecto de Jonathan Shields (Kirk Douglas), el jefe de unos estudios con el que los tres han tenido una relación que terminó muy mal en el pasado.

Parece ser que la película se basa en la figura de David O. Selznick, productor estrella en la época dorada de Hollywood. A través de tres flash-back se recrea la carrera de un hombre ambicioso que no repara en nada con el fin de lograr el éxito: mentir, pisotear, faltar a su palabra, manipular... Y a pesar de ello, sentimos cierta admiración hacia él, hacia su entusiasmo y su magnetismo, incluso su honradez, después de todo, del mismo modo que sus antiguos amigos, que incluso parecen dispuestos a darle una nueva oportunidad en un hermoso final.

Y una parte fundamental del atractivo de Shields y de que la historia funcione de maravilla reside, además de contar con un guión soberbio, en la colosal interpretación de Kirk Douglas, llena de fuerza y convicción, que fue candidato al Oscar, si bien no lo ganó. También merece destacarse la presencia de una bellísima Lana Turner en un papel maravilloso (representa a la hija del actor John Barrymore) y que da a la perfección la medida de diva distante y al tiempo de mujer frágil.

Una de las mejores obras de Minnelli, ganadora de varios Oscars (Gloria Grahame como actriz secundaria, mejor guión adaptado, mejor fotografía, mejor dirección artística en blanco y negro y mejor vestuario) que posee el encanto de los buenos films de los años dorados de Hollywood.

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