El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 29 de abril de 2010

Sed de mal



Decía Truffaut que desde la implantación del cine sonoro, Hollywood no había dado a luz ningún gran temperamento visual, exceptuando a Orson Welles. No sabría decir si tal afirmación es correcta, pero de lo que no dudo es del inmenso talento de Orson Welles para las puestas en escena, siempre innovando, buscando la manera más personal de plasmar en imágenes cualquier historia.
El resultado podrá ser mejor o peor valorado, gustar más o menos, pero no se puede negar la fuerza de las imágenes de los films de Welles.
En Sed de mal (1958) encontramos una excelente prueba de lo dicho. Es un ejemplo excepcional de como una trama sencilla, en manos de este genio, se convierte en una obra maestra, en un pilar del cine negro, un punto y aparte en el género.
Parece ser que la participación de Welles en este proyecto se debió a la insistencia de Charlton Heston de contar con él. Welles rehizo el guión y transformó una novela del montón en una de las cumbres del cine negro.
Rodada en blanco y negro, el film está marcado por un ambiente opresor, en momentos recordando el expresionismo de principios del siglo XX, dentro de esas puestas en escena barrocas y nada convecionales de Welles y una agilidad inusual en los diálogos, de manera que se potencia el realismo absoluto en detrimento, a veces, de la claridad expositiva. Pero no perdemos, sin embargo, ni un ápice del desarrollo de la historia.
Es merecidamente célebre la escena inicial del film, un largo traveling de unos tres minutos en el que la cámara sigue al coche que lleva la bomba en su maletero y alterna el coche con la pareja formada por Vargas (Charlton Heston) y su esposa (Janet Leigh), que cruzan la frontera andando, en un prodigio técnico y expresivo que se ha convertido en parte de la historia del séptimo arte (durante mucho tiempo no se supo como había podido filmar Welles esa soberbia secuencia).
La trama es bastante sencilla de resumir: en un pueblo fronterizo, a caballo entre los Estados Unidos y México, alguien pone una bomba en un coche y mata a los dos ocupantes. El policía corrupto y ex-alcohólico Hank Quinlan (Orson Welles) se hace cargo de la investigación, mientras Miguel Vargas (Charlton Heston), policía mexicano que presenció el atentado, intenta colaborar en la investigación.
Como era habitual en Welles, este se reserva el personaje del malo (como ya hiciera en Ciudadano Kane o El tercer hombre) que es el verdadero protagonista del film. Con un maquillaje que desfiguraba sus rasgos y exagerando su ya natural obesidad, Welles encarna a uno de los personajes con mayor personalidad del género, un policía aborrecible, corrupto, manipulador y grosero que no duda en falsificar pruebas con tal de solucionar los casos.
Junto a la atmósfera sórdida antes mencionada, el film cuenta con la presencia casi obsesiva de una banda sonora basada en ritmos latinos y de rock que llega a cobrar, en algunas escenas, un protagonismo total.
La interpretación de los actores encaja dentro de ese realismo descarnado de la cinta, aunque la presencia poderosa de Welles es el centro absoluto de la cinta. A su lado, Heston conserva el tipo, merced a una contenida interpretación donde controla sus gestos típicos y la convierte en más creíble. Destacar la breve aparición de Marlene Dietrich y su poderosa mirada llena de magnetismo.
Hay una escena curiosa, que es cuando la esposa de Vargas (Janet Leigh) se aloja en un motel donde el recepcionista es un tipo bastante raro. Inmediatamente nos vendrá a la cabeza Psicosis de Hitchcock, a mi me sucedió. Sin embargo, recordemos que este film es de 1958 y Psicosis de 1960. Y atención al final, con sorpresa incluida.
Tocando múltiples facetas sórdidas, como el mundo de las drogas, la prostitución, el lesbianismo, la corrupción política o de la sociedad, el film desmorona sin piedad los estereotipos de muchos films sobre la delicuencia y la labor policial. Excesivamente valiente y moderno para su época, el film sufrió (algo habitual en los films de este genio) la mutilación en el montaje por parte de la Universal.
Sin embargo, en 1998 se presentó una copia del film montada siguiendo las ideas de Welles, recogidas en las notas del director. Se trate de la versión que se trate, el film es una verdadera obra de arte de una riqueza visual y de contenidos inmensa.  

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