El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 21 de abril de 2010

Cabaret



Dirección: Bob Fosse.
Guión: Jay Presson Allen & Hugh Wheeler.
Música: John Kander.
Fotografía: Geoffrey Unsworth.
Reparto: Liza Minnelli, Michael York, Helmut Griem, Marisa Berenson, Fritz Wepper, Joel Grey.

Berlín, años 30. Brian Roberts (Michael York), un estudiante de Cambridge, llega a Berlín para completar sus estudios. Para poder costearse la estancia, dará clases de inglés. Buscando alojamiento, llega a una pensión donde en seguida entabla amistad con una joven americana, Sally Bowles (Liza Minnelli), que trabaja como cantante en un cabaret.

Uno de los defectos que le encuentro a los films musicales es que su desarrollo, con la historia salpicada de partes cantadas, se hace demasiado artificial y el supuesto deleite que debería proporcionarnos la canción de turno para mí no deja de ser un corte que no contribuye para nada a la unidad narrativa de la historia. Por eso, el género musical es de los que menos aprecio y raramente un film musical me llega a tocar alguna fibra sensible. Raramente, pero no sin gloriosas excepciones y Cabaret (1972) es una de ellas.

En realidad, bien mirado, Cabaret no es un film musical al uso, pues las canciones (todas, absolutamente todas, maravillosas) forman parte de la historia, pero sin interrumpir artificialmente el discurso narrativo, sino que ocupan su espacio lógico (mayoritariamente circunscrito al espacio físico del cabaret) y aportan su dosis de belleza y dramatismo al argumento del film; de manera que Cabaret podría verse igualmente eliminando los números musicales y estaríamos ante un drama personal y nacional ambientado en la Alemania del nacimiento y auge del nazismo sin pérdida de contenidos argumentales significativa.

Sin embargo, las canciones aportan sin duda un plus de espectáculo y belleza que es lo que en definitiva hacen de este film una obra maestra perfecta. Los números musicales del film son sencillamente geniales, tanto por la calidad de la música como por una puesta en escena, en todos ellos, perfecta.

La historia, lejos de los estereotipos del musical clásico, donde priman las historias ligeras y alegres, es de una intensidad especial. Sobre todo por lograr integrar de manera especialmente lograda el drama personal de los protagonistas con el sórdido ambiente de miseria y ruina moral de una época especialmente sombría. Al tiempo que nos conmovemos con las tristes espectativas personales de Sally Bowles y Bryan Roberts, asistimos a la mejor explicación y análisis de la situación de Alemania en los años 30 y el porqué del fenómeno del nazismo como aglutinador y catalizador de las desesperanzas de un pueblo derrotado.

La tristeza que rodea las vidas de los protagonistas, sus momentos de diversión que no dejan de poseer en sí mismos el inconfundible poso de la desilusión, trasmiten ternura por los cuatros costados. Hasta el supuesto erotismo de Sally no deja ser más bien descorazonador y clama a gritos por un poco de cariño, no hacia el cuerpo, sino hacia el alma.

Liza Minnelli está gigantesca. Sus actuaciones en el cabaret son espectaculares, pero además imprime a su personaje una fragilidad y una ternura que nos conmueven profundamente. Michael York, por desgracia, no está a su altura. Aporta un físico atractivo y cierto encanto, pero su interpretación carece de la fuerza y la convicción que derrocha la de Liza. Del resto del reparto tenemos que destacar lógicamente a Joel Grey, el maestro de ceremonias del cabaret Kit Kat Club y que se llevó un más que merecido Oscar como mejor secundario por una actuación sublime. Helmut Griem, Marisa Berenson, Fritz Wepper cumplen sobradamente, así como el variado y muy acertado grupo de extras que pueblan la pensión de Sally y Brian y el cabaret.

El film destila, minuto a minuto, su corrosiva crítica, su desencanto, su miseria. El único momento supuestamente optimista es, premonitoriamente, la canción de un bello joven nazi que arrastra a las gentes apáticas a unirse a él en su canto de esperanza. Pocas veces una simple escena es capaz de explicar tan rotundamente, y ponernos los pelos de punta de paso, la manera en que el movimiento nazi logró captar la atención del pueblo alemán y embarcarlo en lo que sería luego la mayor barbarie del siglo XX. 


Cabaret recibió nada menos que diez nominaciones, ganando finalmente nada más y nada menos que ocho estatuillas: mejor director, mejor actriz (Liza Minnelli), mejor actor de reparto (Joel Grey), mejor fotografía, mejor banda sonora adaptada, mejor montaje,mejor dirección artística y mejor sonido. El Oscar a mejor película se lo robó El Padrino (Francis Ford Coppola).

Cabaret es un film decadente, intenso y terriblemente desolador, salpicado de una belleza realmente especial.

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