El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 22 de abril de 2010

Perdición



Perdición (Billy Wilder, 1944) es un magnífico ejemplo de ese cine negro clásico norteamericano plagado de imágenes portentosas, diálogos cautivadores y una puesta en escena soberbia.

Basada en una novela de James M. Cain, el propio director y el novelista Raymond Chandler elaboraron un guión maravilloso, cargado de esa extraña poesía o lirismo de las historias de crímenes donde la avaricia y la pasión se combinan a partes iguales en unos personajes dramáticos abocados, lo sabemos desde el principio, a la perdición.

El film es un largo flash back del protagonista, un gris empleado de seguros (Fred MacMurray) contando y confesando todo lo sucedido a partir del día en que conoció a una seductora y fría mujer (Barbara Stanwyck), por la que siente una inmediata atracción. Ella lo va llevando a su terreno y termina por convencerle de lo sencillo que sería asesinar a su esposo y cobrar una apetitosa prima de un seguro que él le debe hacer firmar. La mezcla de ambición y deseo son demasiado fuertes para resistirse.

El retrato de los dos protagonistas, con sus pasiones y sus recelos, su amor y al tiempo su desprecio es, sin duda, lo mejor de la película. Fred MacMurray está soberbio y el personaje que encarna Barbara Stanwyck la colocan en la cima de las mujeres perversas del cine negro. Al lado, el magnífico Edward G. Robinson, el investigador de la compañía de seguros, que se huele el fraude desde el principio, pero cuya devoción por su amigo le impide ver la triste verdad en toda su extensión.

Soberbias la puesta en escena y la fotografía en blanco y negro plagada de sombras; soberbios unos diálogos para enmarcar. El talento de Billy Wilder tras la cámara hace el resto: un film enorme, lleno de ese encanto tan peculiar del género y con ese romanticismo de las historias de perdedores.

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