Al padre Gabriel (Jeremy Irons) se le encarga hacerse cargo de la misión de San Carlos, que se ha quedado vacía al matar los indígenas al sacerdote que la dirigía. A él se unirá Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), un mercenario y traficante de esclavos que, atormentado por haber matado a su hermano en un ataque de celos, desea expiar sus pecados y se hace franciscano.
Tras el éxito de Los gritos del silencio (1984), Roland Joffé se embarca en este film ambicioso y no muy bien recibido por la crítica, que le achaca pomposidad y poca profundidad a una historia basada en hechos reales, acaecidos allá por el siglo XVIII en las misiones que la iglesia tenía en los actuales territorios fronterizos entre Brasil y Argentina y que disputaban Portugal y España. También se inspira el film en la figura de don Antonio Ruíz de Montoya, jesuita y escritor peruano de agitada vida, que sirve para conducir la historia de las disputas coloniales.
A pesar de las críticas, el film posee no pocos atractivos. Uno de los principales, sin duda, reside en el magnífico reparto, encabezado por Jeremy Irons y Robert de Niro, ambos soberbios. A su lado, algunos secundarios a gran altura, como Ray McAnally, como el enviado papal, o un joven Liam Neeson. A ésto se une una fotografía espléndida (ganadora del Oscar) que realza los ya de por sí espectaculares paisajes de la selva, y la banda sonora de Ennio Morricone que es, sin duda, de lo mejor de la película y acompaña de manera hermosa y perfecta el desarrollo de la historia.
La película, en palabras de su director, pretende reflexionar sobre la naturaleza humana y como terminamos siempre por destruir las cosas que amamos. Es una crítica a la civilización implacable que lo destruye todo a su paso, bien por intereses económicos o ambiciones políticas y una emotiva defensa del indio libre y feliz en su relación armoniosa con la naturaleza, utilizado a conveniencia de los intereses del momento.
Puede que las dos horas de duración sean un tanto excesivas o que se produzcan pequeñas caídas de ritmo. Es sin embargo la elección del director: hacer una película pausada, que se recrea en los detalles, que busca la belleza en cada plano. Es un film ambicioso, pero en absoluto vacío o frívolo. La fuerza de la historia está ahí.
Puede que las dos horas de duración sean un tanto excesivas o que se produzcan pequeñas caídas de ritmo. Es sin embargo la elección del director: hacer una película pausada, que se recrea en los detalles, que busca la belleza en cada plano. Es un film ambicioso, pero en absoluto vacío o frívolo. La fuerza de la historia está ahí.
Hay algunas escenas realmente hermosas, como la del padre Gabriel tocando la flauta en la selva, al lado de otras quizá demasiado edulcoradas. Pero el resultado final es que Joffé consigue hacer una película hermosa y sensible y verdaderamente conmovedora, en especial con el predecible pero demoledor final.
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