El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 21 de abril de 2010

Un pez llamado Wanda





Dirección: Charles Crichton.
Guión: John Cleese.
Música: John Du Prez.
Fotografía: Alan Hume.
Reparto: John Cleese, Jamie Lee Curtis, Kevin Kline, Michael Palin, Maria Aitken, Tom Georgeson, Patricia Hayes.

Monty Python es el nombre de un célebre grupo de humoristas ingleses que comenzaron su andadura en el mundillo de la televisión a finales de los años 60. Su humor absurdo y con una buena dosis de crítica social era la base de su "Monty Python Flying Circus", la serie para la televisión que les dio fama. De ahí dieron el salto al cine en los 70, destacando Los caballeros de la mesa cuadrada (1975) y sobre todo La vida de Brian (1979), que sigue siendo su film más conocido y por el que se hicieron rematadamente famosos. El sentido de la vida (1983) prolongó el éxito del grupo.
Algunos de los componentes del grupo desarrollaron más tarde su carrera en solitario. Así, Terry Jones y Terry Gilliam se dedicaron a la dirección. El segundo con una carrera más o menos brillante en la que destacan películas como El rey pescador (1991), Doce monos (1995) o la reciente Los hermanos Grimm (2005). Otros se orientaron hacia la interpretación, caso de John Cleese y Michael Palin. Y son estos dos últimos los pilares de esta deliciosa comedia. El primero firmando el estupendo guión e interpretando al abogado protagonista del romance con la pícara Wanda (Jamie Lee Curtis) y el segundo bordando su papel de ladronzuelo tartamudo y amante de los animales.
No soy un fan del cine actual, como os habréis dado cuenta si repasáis los títulos de otras películas que he comentado. Prevalecen los films con cierta solera, algunos ya casi prehistóricos. ¿Por qué? Pues es una cuestión estética y ética más o menos a partes iguales. Encuentro los films de hoy en día demasiado "mecanizados" tanto a nivel puramente técnico (efectos especiales) como estético (estilo narrativo y visual) y comercial (encontrada la fórmula más taquillera sólo queda aplicarla con su buena dosis de marketing).
Pero eso no implica que me cierre a cal y canto al cine actual, aunque es cierto que lo acojo con recelo y desconfianza. Por ello la satisfacción personal es doble cuando, de repente, aparece un film que destaca poderosamente entre sus hermanos. Y este es el caso de Un pez llamado Wanda (1988), que si me sorprendió en su momento, cada vez que tengo el placer de volver a verlo no sólo me vuelve a contagiar de su humor astuto y mordaz, sino que me revela un nuevo detalle que la primera vez que la vi no había valorado en su justa medida.
En este caso, la última vez que he podido disfrutar de este film me ha regalado con lo que es una de la más tiernas, sinceras y conmovedoras historias de amor que he contemplado en el cine, me refiero -claro está- al amor entre la ladrona Wanda (Jamie Lee Curtis) y el acartonado abogado Archie Leach (John Cleese). Quizá por circunstancias personales (y la edad aquí tiene mucho que decir) ahora he disfrutado realmente de este aspecto del film que, normalmente, quedará algo tapado por la trama y esencia de la película: una comedia sobre un grupo de ladronzuelos de poca monta que no es más que la disculpa o el pretexto para una sátira implacable, lúcida y sincera sobre la sociedad inglesa en particular, el matrimonio, las relaciones anglo-norteamericanas, la cultura de masas y hasta la defensa de los animales.
Pero, como decía, al lado de todo ello está la conmovedora entrega incondicional y apasionada del letrado Leach a la ardiente Wanda, que entra en su vida como un huracán, haciendo saltar por los aires la triste rutina de su matrimonio caduco y su trabajo tedioso. Como el mismo personaje reconoce: "estoy rodeado de cadáveres". Poco importa que Wanda lo esté engañando para hacerse con el botín del atraco; hasta ese engaño y el terrible y previsible desenlace que adivinamos para esa historia de amor se nos antojan un precio razonable que el mismo Leach parece que pagará gustoso a cambio de unas pocas citas que justificarán por ellas solas haber nacido.
Pero es que es tan sincero Leach en sus sentimientos, resulta tan frágil y tan conmovedor en su apasionamiento torpe y desbocado (las única locuras que parecen justificarse solas son las que brotan del corazón) que hasta la materialista y manipuladora Wanda no puede resistirse a tanto encanto. Así, lo que comienza siendo una relación interesada y manipuladora, acaba haciendo de la cazadora víctima, rendida al innegable encanto de un corazón de un niño: generoso, tierno y puro. La cara de Wanda cuando Leach le confiesa que el dinero pertenece a su mujer, no a él, anuncia, sin género de dudas, la victoria del amor por encima de egoísmos.
Y arropando a esta hermosa historia de amor, asistimos a una alocada serie de engaños, mentiras, traiciones y crímenes en torno al meollo del film: el robo de una joyería con un apetitoso botín como eje de todo.
Lo más maravilloso es como se van hilvanando las situaciones más disparatadas con total normalidad merced a uno de esos raros guiones que rozan la perfección. La historia es alocada, pero siempre con sentido; las situaciones no dejan de rozar lo absurdo, pero jamás exceden la línea y se mantienen dentro de una locura razonable; la comicidad surge de manera totalmente fluida y con unos niveles de sutileza, de inteligencia y de buen gusto que desgraciadamente son una excepción hoy en día, donde abundan las comedias de trazo grueso, del chiste fácil que parece anclado en los tiempos del cine mudo.
Baza fundamental en la comicidad del film es el preciso y sorprendente dibujo de los personajes en torno a los que gira la historia. Tenemos, en primer lugar, al cerebro del robo: George (Tom Georgeson), amante de Wanda; un hombre arrogante que no duda en traicionar a sus compañeros para disfrutar él solo del botín. Otto (Kevin Kline) es el hombre de acción del grupo. Norteamericano, desprecia profundamente a los ingleses y sus aires de superioridad. Para evitar conflictos con George, se hace pasar por hermano de Wanda, cuando en realidad es su amante. Se cree un intelectual, estudioso de la filosofía y no tolera que le llamen estúpido, aunque sea ese el adjetivo que mejor lo define. Ken, tartamudo y empedernido defensor y amante de los animales, es el leal brazo derecho del jefe, George, y el único que no intentará traicionar a su compañero. El último miembro de la banda es Wanda, una mujer fría, astuta, manipuladora y muy inteligente que maneja las situaciones a su antojo. Sólo un detalle escapará a sus cálculos: enamorarse del abogado de George, Archie Leach (que era el verdadero nombre de Cary Grant), maduro y amargado abogado que tiene que soportar a una esposa quisquillosa, rica e insoportable y a una hija histérica y mimada. La labor de los actores que dan vida a este "zoo" es sencillamente sorprendente. Cada uno logrando hacer totalmente creíble su personaje, aunque resulte una tarea complicada dadas las absurdas peculiaridades de cada uno de ellos. Michael Palin está sobresaliente en su papel de tartamudo algo simplón; sus esfuerzos por eliminar a una molesta testigo son de lo mejor del film. De Kevin Kline bastaría mencionar que ganó el Oscar al mejor actor secundario. La verdad es que da vida a un personaje patético, histérico y absolutamente divertido. Cada vez que su personaje aparece en la pantalla acapara la atención y la comicidad de la escena. Jamie Lee Curtis sencillamente borda el papel, sabiendo transmitirnos en cada instante la esencia de su personaje, los entresijos de su doble juego y, al fin, cuando se enamora del abogado, logra mostrarnos en todo momento el tránsito de sus sentimientos del mero juego amoroso a la compasión, primero, y al enamoramiento después. En cuanto a John Cleese, decir que se ha reservado el personaje más conmovedor del film que, en sus manos, llega a transmitir toda la ternura del mundo sin perder jamás esas gotas de humor que emana de su cierta torpeza, su cursilería y esa inocencia propia de los corazones bondadosos.
Poco más quedaría ya por añadir. Destacar quizá el ritmo del film, que procura un desarrollo sin pausa, sin un sólo momento en que decaiga el interés, lo cual creo que es el mejor elogio que podría dedicársele. Mérito sin duda del director, un veterano curtido sobre todo en la televisión y que con esta obra logró el mayor éxito de su carrera.
Una pequeña maravilla acompañada del éxito en su momento y que, para aquellos que no la vieron, seguro que les resultará, cuando menos, sorprendente.

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