El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 25 de abril de 2010

Indochina


El cine francés tiene un problema: vive a la sombra del norteamericano, al que desprecian en público y al que intentan imitar en privado. De hecho, Francia desearía ser, en cuanto a cine, los Estados Unidos de Europa. Pero el mejor cine francés es aquel que respeta su tradición y su cultura; cuando busca emular al americano, se convierte en vacío, pomposo y algo ridículo.

Indochina (Régis Wargnier, 1992) busca impactar al estilo de las grandes superproducciones americanas. Todo en la película intenta ser grande: el reparto, la fotografía, la ambientación y la historia. Es la grandeur o, mejor dicho, el intento de lograrla. Sin embargo, los resultados son más bien pobres.

El primer fallo reside en la manera de narrar la historia que es precipitada, a saltos, inconexa incluso por momentos; y ello es más grave si tenemos en cuenta que la película tiene una duración nada menos que de 155 minutos, con lo que se supone que no es la falta de tiempo lo que escasea.  Pero es que el guión es torpe y no se detiene en explicar el desarrollo de las situaciones o en definir a los personajes, sino que parece limitarse a mostrar los resultados; pero sin la explicación previa éstos resultan a veces pueriles o absurdos o meramente incompletos. La consecuencia es que la historia no emociona porque carece de bases, de profundidad y de sentido y los protagonistas no tienen realmente consistencia ni entidad.

Los diálogos no están en realidad bien trabajados y, en algunos casos, lo que los personajes se dicen resulta forzado y parece más enfocado a aclarar al espectador el discurrir de la historia que algo lógico y natural del momento.

Así, el que los actores tengan una interpretación rayando en lo malo es ya lo de menos. Catherine Deneuve nunca fue una actriz, se asemeja más a una figura de cera que a alguien realmente vivo y con sentimientos, cosa que debería desbordar en su personaje. Vincent Pérez parece escogido por su belleza, un nuevo Alain Delon que, como él, no rebosa de talento precisamente. Lo mismo podríamos decir de la bella pero inexpresiva Linh Dan Pham. El resto del reparto, más de lo mismo. Tal vez sea la idiosincrasia de los franceses, pero la manera excesiva y gesticulante de actuar, por ejemplo en el caso de Jean Yanne, resulta demasiado teatral para ser convincente.

Incluso la música que acompaña de manera frecuente las escenas supuestamente dramáticas resulta fallida. Da la impresión que no encaja bien con las escenas, como si no fuera la adecuada o estuviera mal sincronizada con la imagen.

Solamente la fotografía, de postal, es acertada y con escenas hermosamente filmadas. Pero el problema es que "canta" demasiado; se ve que lo que se busca es la escena primorosa, el poster, pero sin tener realmente vida propia, sin resaltar el devenir de la historia, un tanto fría por tanto y pretenciosa.

Sorprende la colección de premios cosechados, no en Francia, pues es evidente que sería premiada en su propio país, sino en Estados Unidos (Oscar a la mejor película de habla no inglesa) o en España.

No hay comentarios:

Publicar un comentario