Dirección: John Ford.
Guión: Frank S. Nugent, John Ford (Historia: Maurice Walsh).
Música: Victor Young.
Fotografía: Winton C. Hoch & Archie Stout.
Reparto: John Wayne, Maureen O'Hara, Barry Fitzgerald, Ward Bond, Victor McLaglen, Jack MacGowran, Arthur Shields, Mildred Natwick.
John Ford se labró su reputación como director de westerns. Yo añadiría que como "el mejor" director de westerns de la historia, un maestro del que han bebido casi todos los directores posteriores (como anécdota, decir que el apellido Ford que aparece en el nombre de Francis "Ford" Coppola es en homenaje a John Ford).
La prueba la tenemos con este film, por el que Ford obtuvo un más que merecido Oscar y donde el director, de origen irlandés, rinde un emotivo homenage a la tierra de sus antepasados.
En un tono de comedia cargada de "morriña", Ford cuenta el regreso al hogar de Sean Thornton (John Wayne), boxeador norteamericano de origen irlandés que abandona el ring tras haber causado la muerte a otro pugil. Al llegar a Innisfree, el pueblo donde vivieron sus antepasados, conocerá y se enamorará Mary Kate Danaher (Maureen O'Hara), una hermosa pelirroja con bastante genio.
El problema de Sean vendrá por el enfrentamiento con el hermano de Mary Kate, el tozudo Will Danaher (Victor McLanglen) por la compra de la que fuera la casa de sus padres.
Quizá lo mejor que puede decirse de esta película es que es un film entrañable. Ford consigue encariñarnos con Innisfree y los curiosos personajes que lo pueblan. Y es que quizá uno de los rasgos más admirables de John Ford, esa capacidad que tenía para dotar a sus personajes, a todos, de una profundidad especial y sin necesidad de excesivas explicaciones. Ford le da, con unas breves pinceladas, una personalidad plena a los personajes en sus películas, incluso con lo que nos oculta de ellos (o quizá precisamente por eso).
En este caso, dado el tono nostálgico y cariñoso con que Ford aborda este homenaje a sus raíces, los personajes son especialmente entrañables. Y la película está repleta de ellos. Comenzando con los empleados del ferrocarril del comienzo de la película o los dos pastores (el católico y el protestante, con la escena memorable y conmovedora de la visita del obispo y el engaño del pueblo en apoyo del cura protestante) o el amigo de Sean, que le sirve de guía y protector.
En este sentido, me gustaría destacar la excelente interpretación de todos los actores, secundarios y principales, que intervienen en el film. Es curioso, pero John Wayne (un actor del montón) siempre me ha parecido que cuando realizaba sus mejores interpretaciones era a las órdenes de Ford. Y en esta película, como decía antes, hasta el secundario con menos papel realiza su trabajo a la perfección.
Y un personaje más es el propio pueblo, con su taberna, su iglesia, su río, sus tradiciones (el cortejo del novio, con acompañante, es soberbio) o las rivalidades locales.
Y todo ello filmado de una manera tan sencilla que nos olvidamos con frecuencia que se trata de una mera ficción. Y eso, en apariencia muy fácil, está al alcance de muy pocos.
Pienso que hoy en día es imposible filmar una película como esta. Y entre muchas razones, una decisiva es que ya no se escriben guiones como este. Y es que al analizar lo bien que está contada la historia, la sencillez de la trama y su belleza así como la genialidad de los diálogos... comprobamos que son rasgos propios de otra época, de otra manera de entender no solo el cine, sino también la vida. Y eso se ha perdido definitivamente.
Puede que el mérito de esta película resida un poco en la perfecta mezcla de todos estos factores mencionados: buena dirección, un guión excelente, intérpretes en estado de gracia, una historia hermosa... Aunque yo pienso que, unido a todo ello, hay algo más, algo difícil de cuantificar pero que percibo a lo largo de todo el film y que es, en definitiva, lo que convierte a esta obra en algo entrañable y cautivador. Y es el cariño con que fue hecha; cariño que se percibe en infinidad de detalles y que nos llega de modo inconfundible en diálogos, escenas, planos, miradas...
Pocas veces se puede decir de una película que nos enamora. Este es el caso con El hombre tranquilo (1952). La prueba de que a veces el cine es arte.
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