El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 21 de abril de 2010

El Padrino II



Tras haber logrado una obra maestra con El Padrino (1972), Coppola se embarca en El Padrino II (1974) y el resultado vuelve a ser excepcional. Para algunos esta segunda parte supera incluso a la primera. En todo caso, ambas películas forman realmente una obra perfecta y completa, la mejor incursión en el mundo de la mafia en la historia del cine.

Coppola ya no tiene al gran Marlon Brando, uno de los pilares de 
El Padrino con su soberbia composición de Don Vito Corleone, pero nos sorprende con una actuación magistral de un joven Robert de Niro en, tal vez, el papel de su vida. A su lado, el resto de principales actores de la entrega anterior para dar continuidad perfecta a la historia. Estéticamente el film es de nuevo perfecto, recreando los años 50 y comienzos de siglo en un relato con retrocesos en el tiempo para explicar el origen de la familia engranados en la historia principal de manera magistral.

La mayor diferencia con 
El Padrino reside en que este es un film más sombrío, más pesimista que el anterior. Mientras el poder del nuevo Padrino (ahora encarnado por el hijo de Don Vito, Michael-Al Pacino) crece sin cesar, la base en la que se asentaba -la familia- se descompone sin remedio. En la primera vimos el cambio que experimentaba Michael al tomar la decisión de vengar el atentado de su padre. En El Padrino II culmina la transformación y Michael se convierte en una persona fría y desalmada, incapaz de mantener a la familia unida, lo único que en realidad daba sentido a la lucha por el poder. Terrible contradicción que para mantenerse en la cumbre, Michael termina por devorar todo lo que en realidad cuenta. La soledad a la que se ve abocado Michael supone el culmen de una magistral reflexión sobre la corrupción y la destrucción anejas al poder.

La belleza de muchos pasajes de este film melancólico, pausado y doloroso consagran a Francis Ford Coppola como uno de los mayores talentos de la historia del cine.

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