El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 18 de abril de 2010

Vértigo (De entre los muertos)



Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Alec Coppel y Samuel A. Taylor (Novela: Pierre Boileau y Thomas Narcejac).
Música: Bernard Herrmann. 
Fotografía: Robert Burks.
Reparto: James Stewart, Kim Novak, Barbara Bel Geddes, Tom Helmore, Henry Jones, Raymond Bailey, Ellen Corby, Konstantin Shayne, Lee Patrick.

Cuando los autores de "Las diabólicas", Boileau y Narcejac, supieron que Alfred Hitchcock había querido comprar los derechos para llevar la novela al cine se pusieron manos a la obra y escribieron "De entre los muertos", para que el director británico pudiera hacer una película a partir de ella.

La historia es la siguiente: John Ferguson (James Stewart) ha tenido que retirarse de la policía por el problema de acrofobia que padece y que causó la muerte de un compañero. Un viejo amigo le encarga vigilar a su esposa, Madeleine (Kim Novak), que se comporta de manera extraña y a la que cree poseída por el espíritu de una mujer muerta.

Para muchos, Vértigo (De entre los muertos) (1958) es la obra cumbre de Hitchcock. Me parece una buena película, pero no la situaría al nivel de Con la muerte en los talones o Psicosis. Hay un hecho diferenciador en esta película y es que la trama aparece en un segundo plano, casi como si no tuviera realmente demasiada importancia. El tema central es como James Stewart pierde a su amor y como intenta recuperarlo al conocer a Judy y buscar transformarla en una nueva Madeleine.

Esta transformación, el como le elige los vestidos y los zapatos, es la parte de la película que más le interesaba a Hitchcock y era por una cuestión meramente morbosa. Para el director, el proceso de cambio de Judy hacia Madeleine es como si John la estuviera desnudando, hasta la culminación de la escena en que ella sale del cuarto de baño con el pelo recogido en un moño. Desde este punto de vista, y aunque Hitchcock no estaba demasiado satisfecho con Kim Novak (hubiera preferido a Vera Miles para este papel), su presencia tan carnal añade una carga sexual muy valiosa para explicar la atracción casi enfermiza que siente el policía hacia ella.

Una novedad de la película respecto a la novela es que Hitchcock decide que el espectador conozca quién es realmente Judy al comienzo de su aparición, antes que lo descubra John. En el libro, lector y personaje hacían el descubrimiento a la vez al final de la historia. Se trata, una vez más, de la preferencia del director por crear tensión antes que favorecer el efecto sorpresa. Como decía él, la sorpresa dura un instante, mientras que la tensión da juego durante más tiempo. El efecto en este caso es que el espectador comprende mejor lo que está pasando, las reticencias de Judy a transformarse en Madeleine y espera impaciente el momento en que el policía descubrirá la verdad.

Quizá el final no sea el más adecuado. Madeleine no aparece en ningún instante como una mujer malvada y su arrepentimiento parece sincero. Otro defecto que le encuentro es que resulta demasiado brusco, precipitado, y rompe un poco el ritmo lento de todo el film.

Para Hitchcock, sin embargo, el principal defecto de la película era un error grave del relato: el plan de usar a  John como coartada para el supuesto suicidio de la esposa del amigo no es muy sólido. ¿Qué seguridad tenía el marido de que el policía no iba a poder subir al campanario? Ninguna. Sin embargo, dudo que sean muchos los espectadores que hayan reparado en ello, puesto que tampoco, como decía antes, el tema del asesinato es el principal de esta historia.

Hay que resaltar, finalmente, el excelente trabajo de James Stewart, sin duda genial en su papel atormentado y en su fascinación enfermiza por Madeleine. Kim Novak, por las características mismas de su personaje (pasividad, sensualidad) creo que contribuye poderosamente con su exuberante presencia a la verosimilitud de la obsesión de James Stewart.

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