El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 27 de abril de 2010

Nunca es tarde para enamorarse




Dirección: Joel Hopkins.
Guión: Joel Hopkins.
Música: Dickon Hinchliffe.
Fotografía: John de Borman.
Reparto: Dustin Hoffman, Emma Thompson, Eileen Atkins, Kathy Baker, Richard Schiff, James Brolin, Liane Balaban.
Tenían los films clásicos un rasgo característico, que se ha perdido hoy en día, y que me gustaba particularmente, y era que solían aludir a las cosas sin mostrarlas explícitamente. Ello, además de ser un recurso elegante y considerado, dejaba libertad al espectador para imaginarse la escena a su gusto. Con ello teníamos films que se dirigían directamente a nuestra imaginación, a nuestro cerebro y a nuestro corazón. Por desgracia, en el cine actual se muestra todo y no por necesario para la historia, sino por mero morbo o mal gusto. Es un cine que apunta directamente al estómago del espectador.
Viene a cuento esta disertación porque al ver Nunca es tarde para enamorarse (2008), lamentable título donde los haya, me quedé un poco con esa sensación de film clásico, donde no se muestran del todo los sentimientos y los conflictos de los protagonistas, sino que se los oculta parcialmente bajo un tenue velo, de manera que los contemplamos tamizados por la prudencia, la decencia y una mesura muy del estilo británico. Se nos deja pues un amplio margen a los espectadores para rellenar espacios, completar miradas y ahondar en silencios.
Harvey Shine (Dustin Hoffman) es un músico de publicidad que pasa por un mal momento en su vida. Al viajar a Londres para asistir a la boda de su hija, conoce a una mujer Kate (Emma Thompson), una solterona atrapada por la rutina y por una madre posesiva.
La historia del encuentro entre dos desconocidos y como nace el amor entre ellos es un hilo argumental que se ha repetido innumerables veces. En este film, la novedad radica en que estamos ante dos personas maduras, en el caso de Harvey cercano ya a la vejez, y que su historia se va a perfilar más del lado del drama que del de la comedia romántica; porque la película nos habla de dos perdedores, dos personas que han visto pasar la vida con la sensación que algo se les ha ido de las manos, que no han podido o no han sabido tener "suerte" y se encuentran ya al borde del abandono.
Dustin Hoffman es un actor enorme al que profeso un afecto especial y cuyo mayor mérito, desde mi punto de vista, es que ha sabido ganarse un lugar entre los mejores "a pesar" de su físico. Hoffman nunca contó con la ayuda de un rostro hermoso o un cuerpo atlético. Bajito, feucho y narizotas, su talento le ha servido para sacar petróleo de esas supuestas limitaciones y componer siempre personajes cercanos, sinceros, frágiles y vulnerables. Basta recordar a Benjamin, el torpe amante de El graduado, o a "Ratso" Rizzo de Cowboy de medianoche (los dos papeles que mejor definen el talento de Hoffman) para entender lo que quiero decir.
Me cuesta imaginar a otro actor en la piel de Harvey; un personaje con el cuál sería sencillo pasarse de punto. Pero Hoffman le da vida con una maravillosa contención y naturalidad. Su soledad, su frustración por un matrimonio en el que se sintió despreciado; su falta de talento musical que lo alejó de sus sueños; la pérdida de relación con su hija, que lo humilla penosamente en su boda... y de todo ello sale airoso el pequeño gran hombre con una sencillez al alcance de muy pocos.
A su lado, Emma Thompson, una actriz genial y que tiene esa mirada sincera que la hace al instante parecer un personaje sacado de cualquier calle y puesto delante de una cámara para contarnos su vida. En este caso, la de una mujer con un trabajo monótono y triste, una madre agobiante y posesiva y la triste rutina de estar esperando al hombre de su vida sin ilusión ni convicción.
El film es de ellos dos, de Hoffman y Emma, y son ambos, con su interpretaciones, lo mejor de la película. Una película hermosa por momentos, sin duda el discurso de Harvey en el banquete de bodas es el instante estrella del film por su fuerza y su fragilidad al mismo tiempo, pero con pequeños defectos que no le permiten llegar al sobresaliente. Los personajes centrales están muy bien definidos y su historia resulta absolutamente creíble y muy tierna, pero hay momentos en que el film flojea, como falto de ritmo o de profundidades. Y en especial hecho en falta un tratamiento mejor de las relaciones de Harvey con su hija y su exmujer. No están mal explicadas, pero me da la impresión como si faltase algo.
Pero no deja de ser una película más que recomendable para los que aman el cine reposado, las historias cotidianas y esa ilusión por un futuro más lleno que se nos cae encima siempre el 31 de diciembre. 

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