El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 28 de abril de 2010

Cinderella man: el hombre que no se dejó tumbar




Dirección: Ron Howard
Guión: Cliff Hollingsworth y Akiva Goldsman (Historia: Cliff Hollingsworth)
Música: Thomas Newman
Fotografía: Salvatore Totino
Reparto: Russell Crowe, Renée Zellweger, Paul Giamatti, Paddy Considine, Bruce McGill, Connor Price
¿Qué atractivo tiene el cine sobre el boxeo? Supongo que es un deporte que se presta a relatos épicos, al drama, a la tensión... De una manera u otra, la violencia nos atrapa, nos toca una fibra morbosa y nos retiene delante la pantalla en medio de un sufrimiento "gratificante". Además, los films de época poseen el encanto de la ambientación (si esta es buena) y otorgan un plus estético nada desdeñable a la historia.
Así, en Cinderella man: el hombre que no se dejó tumbar (2005) tenemos reunidos ambos elementos, boxeo y años 30, en algo más de dos horas que pueden ser excesivas por momentos, para hacer de esta historia un film atractivo que se deja ver sin mucho esfuerzo.
La historia de Jim Braddock tiene todos los alicientes para atraparnos: un joven boxeador con un buen futuro por delante que ve truncada su carrera y, en medio de la tremenda crisis económica que siguió al crac de la bolsa de Nueva York de 1929, malvive a base de combates de tercera y como estibador en los muelles y que de pronto, por una casualidad del destino, ve como se le presenta una segunda oportunidad en su vida y reanuda su carrera deportiva entre el asombro de propios y extraños.
Con estos mimbres, Ron Howard, director más que correcto, va tejiendo una historia dentro del buen hacer al que nos tienen acostumbrados los norteamericanos: buen reparto, puesta en escena perfecta, buenas dosis de ternura y unos combates que son, sin duda alguna, lo mejor del film. Porque a pesar de todos los elementos para conseguir una película excepcional, Howard se queda en un film digno, pero sin alma. No ayuda el excesivo metraje o tal vez se hace excesivo por carecer en ocasiones de tensión narrativa y trascurrir desangelado. Nada que ver con Más dura será la caída (Mark Robson, 1956), Toro salvaje (Martin Scorsese, 1980) o la reciente Million Dolar Baby (Clint Eastwood, 2004), los grandes títulos del género. Se nota que a Howard le sobra academicismo y le falta talento. 

El guión recurre a los más que trillados truquitos efectistas tan vistos y aunque siguen funcionando, nada resulta sorprendente. Algunas escenas pueden anticiparse fácilmente y otras parecen supérfluas, sin aportar nada realmente al film. Algunos personajes, por ejemplo, se quedan en un retrato en penumbra, de trazos rápidos y superficiales, cuando precisamente lo que acaba por realzar un film es el cuidado y mimo del más mínimo detalle. Aquí hay muchos elementos tratados con corrección, pero sin profundidad y eso deja algunos momentos del film muy poco trabajados.
Sin embargo, cuando llegamos a las escenas de combates, la película logra rozar la emoción absoluta. Técnicamente son perfectas. Parece que estamos ante una pelea real y casi sentimos los golpes en nuestra carne. El director, con acierto, evita caer en lo truculento o el efectismo barato (algo muy en boga, desgraciadamente) y se limita a filmar de la mejor manera los combates, que sin duda es lo que salva el film y lo que consigue sacarnos de la modorra general en que nos va sumiendo la historia.
Y si no sabemos de antemano el resultado del combate final (para el que se nos va preparando de manera sistemática durante el tramo final de la cinta), la emoción de los últimos minutos está más que garantizada.
A mi los actores me han gustado. Todos. Russell Crowe (que repite con el director tras Una mente maravillosa) es un actor que me gusta desde siempre. Me parece creible en todo lo que le he visto y trasmite normalidad por los cuatro costados. Paul Giamatti está soberbio también y Renée Zellweger me gusta bastante también. En general, los actores creo que son también de lo mejorcito de la película. También la ambientación está más que lograda. Todo ello corroborra que Howard sabe lo que se trae entre manos y saca partido de ello hasta donde puede.

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