El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 27 de abril de 2010

Cegados por el deseo



Curiosa cinta a la que hay que agradecer, al menos, un enfoque original al tema del amor, aunque quizá convendría hablar más bien de deseo. Amor y deseo tienden a confundirse, aunque la traducción española de Closer (2004), en este caso, atine con el trasfondo de la historia: los personajes se mueven por la atracción sexual, al menos así se manifiestan, y cualquier sentimiento más hondo aparece en un segundo plano. Tal vez sea, como veremos más adelante, por la manera en que se desarrolla la acción en el tiempo. Tal vez no sea más que algo así elegido. En todo caso, a mí se me queda la película algo coja, en profundidades y en detalles y es una pena, pues por la trama en sí y los actores y el director, la cosa podía haber quedado muy bien. Pero empecemos por el principio.
Cuatro desconocidos verán entrecuzadas sus vidas, sus deseos y sus miedos fruto de casuales coincidencias y tropiezos en este film del veterano Mike Nichols, director oscarizado por su maravillosa El graduado (1967) y que después ha tenido ciertamente una carrera llena de altibajos y desapariciones.
Basada en la obra teatral Closer, lo que quizá se deja entrever a veces en los diálogos, del propio guionista del film, Patrick Marber, es un film que promete muchísimo más de lo que encierra dentro. A medida que avanza la película va dejándose las promesas en el camino y se desliza suavemente hacia el desinterés y cierto cansino aburrimiento.
La historia de los amores y deseos de cuatro jóvenes tiene sin lugar a dudas el enorme atractivo de ser la puerta a una exploración de los recodos de algo tan básico y universal como la atracción, el deseo, la fidelidad, el miedo y el engaño. Se entiende que el tema enganche, que despierte interés pues, quién más y quién menos, todos tenemos miles de preguntas que buscan dueño.
Y para Mike Nichols el tema no es nuevo. Ya lo abordó, con mayor frescura y sinceridad que ahora, en Conocimiento Carnal (1971) y se revela como uno de los ejes de su carrera. En esta ocasión, el tono adoptado es más serio y trascendental, lo cuál tampoco es garantía de nada; tan solo deja de lado la comedia y busca tal vez un enfoque que resulte más verosímil al darle el tratamiento de drama. Y sin embargo, algo falla estrepitosamente. Intentaré explicarlo, pero no resultará sencillo, pues se trata más bien de intuiciones mías, de percepciones muy subjetivas que seguramente no encuentren eco entre la mayoría del público. No sé si es que me tomo la película demasiado en serio o si es que busco en ella algo que no debiera buscar. Pero al fin y al cabo, es la visión personal la única que puedo afrontar.
Lo que me falla de esta película es que no me la creo. Sé que las relaciones humanas son mucho más complejas de lo que aparentan; estoy convencido que ha habido casos mucho más enrevesados que los que se presentan aquí, lo sé. Y sin embargo, las historias de encuentros y desencuentros, de pasiones y de traiciones, que pretenden ser ciertas y plausibles, me parecen demasiado "teatrales". Tal vez el error esté en la manera de presentarlas. Nichols recurre a pequeños saltos en el tiempo para hacer avanzar la historia y sin duda es una forma de narración que me parece acertada, pues resulta dinámica (al menos al comienzo) y nos obliga a estar atentos y despiertos. Sin embargo, estos saltos parecen tener el efecto perverso de hacer que nos perdamos en el meollo de las relaciones, en los porqués que llevan a los protagonistas a desear un cambio en sus vidas. Perdemos ese devenir rutinario de la vida de las parejas que está en el germen del desamor. Por tanto, el deseo hacia otra persona se presenta repentino, extraño y anómalo. Tenemos que intuir lo que ha podido suceder y eso debilita la trama y desdibuja a los personajes.
El ejemplo más evidente sería cuando, en la sesión de fotos, Dan (Jude Law) se declara a Anna (Julia Roberts). Es una escena que brota de pronto sin nada que la anticipe, sin saber de qué y hace cuanto tiempo se conocen ambos, sin saber (al principio de la escena) cuanto tiempo lleva Dan con su novia Alice (Natalie Portman). La escena arranca tras un salto en el tiempo durante el que desconocemos todo cuanto ha ocurrido en la vida de Dan y es la primera aparición del personaje de Anna. Todo es irreal, confuso y extraño. Imagino que es algo meditado, planificado así por el director. Pero el efecto es contraproducente, a mi modo de entender.
El colmo de todo ello llega al final, cuando de manera precipitada y de nuevo sin aparente justificación (al menos no queda bien explicado) se produce el desenlace de tantos amores cruzados. Acudimos al desenlace y nos encontramos con que tras hora y media de film estamos ante unos personajes casi desconocidos para nosotros y, por tanto, nos resultan en gran medida indeferentes.
Al final, más que un film que pretenda indagar en las relaciones humanas, en los problemas de las relaciones de pareja, parece más una especie de especulación seudo intelectual con ciertas dosis de morbo que se queda un tanto impersonal, fría, distante.
Los cuatro protagonistas, Julia Roberts, Natalie Portman, Jude Law y Clive Owen están soberbios. Nada que objetar. Creo que son lo mejor de la película, junto a la banda sonora, especialmente los momentos de Mozart. El apartado técnico del film tampoco tiene tachas: Nichols es un veterano y eso se nota. Sabe lo que hace y la fotografía es perfecta.
Una lástima. La película era en esencia una espacio inmenso que llenar de emociones y de sensaciones y, al final, uno termina de verla y sigue con hambre.  

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