Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993) nos lleva a Punxsutawney, pequeña localidad de Pensilvania, donde cada año, a comienzos de febrero, se celebra el Día de la Marmota, en que se intenta predecir la llegada de la primavera. Allí acude de mala gana Phil Connors (Bill Murray), hombre del tiempo de una cadena de televisión, para cubrir el evento, acompañado de la productora Rita (Andie MacDowell) y el cámara Larry (Chris Elliot). La llegada de una tormenta obliga al equipo a pernoctar en la ciudad.
El propio director es el co-guionista de esta comedia absurda que narra como un prepotente y malhumorado periodista se ve atrapado en un día de su vida que se repite sin fin cada mañana. Sorprendido, al principio intentará sacar partido de la situación en su propio beneficio. Más tarde, desesperado, buscará suicidarse aunque será inútil. Al fin, se decidirá a intentar seducir a su compañera de trabajo para terminar, finalmente, redimiéndose de su vida vacía y egoísta buscando ayudar a los demás y, de rebote, a sí mismo.
El film, salvando las distancias, podría relacionarse con las comedias clásicas norteamericanas bienintencionadas de las que el mejor ejemplo estaría en las obras de Frank Capra. Ni que decir tiene que Atrapado en el tiempo está bastante lejos de alcanzar la intensidad, la emoción y belleza de las películas de Capra. Quizá el argumento resulte algo predecible y repetitivo, con algunos momentos interesantes, pero sin nada realmente brillante. Lo mejor, sin duda, es asistir a la trasformación de un tipo odioso en una buena persona y es en los instantes en que la comedia adopta un tono más reflexivo y sincero cuando se alcanzan los mejores momentos de la historia.
Bill Murray es el centro de la historia y, a pesar de no ser un actor de mi agrado, realiza una muy buena interpretación.
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