El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 22 de abril de 2010

El sargento York


Rodada poco antes que los japoneses atacasen Pearl Harbor, El sargento York (Howard Hawks, 1941) alcanzó una tremenda popularidad en un momento en que el país se preparaba para la guerra, a lo que no eran ajenas las intenciones de esta película.

El film intenta recrear la vida de Alvin York, uno de los héroes norteamericanos de la I Guerra Mundial, que se transforma de campesino pendenciero y bebedor en gran creyente y pacifista convencido pero que, al ser reclutado, se verá en el dilema de ser fiel a sus creencias o a su patria.

La película posee un tono amable, bondadoso y algo ingenuo, con la típica exaltación de los valores del pueblo llano, sencillo pero honesto y de firmes convicciones. El resultado podría haber sido un film pretencioso e insufrible, pero Howard Hawks lo evita con un relato sencillo y un personaje al que se comprende en sus dudas y con el que es inevitable simpatizar. El hecho de tratarse de hechos reales, si bien con un claro tratamiento cinematográfico, aporta la credibilidad necesaria para tal historia. Y en ello tiene mucho que decir la buena interpretación de Gary Cooper, que se verá recompensado con un Oscar al mejor actor. También hay que destacar la siempre eficaz presencia de Walter Brennan.

Es cierto que el paso del tiempo se deja notar en algunas escenas y la bondad de las gentes sencillas parece demasiado bucólica, pero se trata de una bonita historia muy bien contada y eso es, finalmente, con lo que nos quedamos.

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