El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 25 de abril de 2010

Alejandro Magno



Cuando era pequeño, las películas de aventuras eran un tanto superficiales: el héroe se presentaba ante nosotros como una especie de superhombre poseedor de todas las cualidades posibles. El efecto sobre los jóvenes espectadores era demoledor: se nos llenaba la cabeza de fantasías y salíamos de las salas oscuras con la sensación de poder comernos el mundo; ese mundo irreal que se prolongaba desde las pantallas a las plazas y parques mientras no se difuminaban los efectos mágicos del cine.
Pero, al menos, ese estilo de films tenía la virtud de divertir y tampoco pretendía mucho más que eso. Recuerdo aún con afecto los films de Robin Hood o Los tres Mosqueteros, Ivanhoe, El temible burlón, etc, etc y su fantástico despliegue de humor, acción y su dosis inevitable de amores imposibles y apasionados. Era la época del "Star system", donde se forjaron leyendas como las de Errol Flynn, Kirk Douglas, Burt Lancaster...
Esa época se murió hace décadas y el cine actual, en su intento de superar aquella etapa, o por miedo a las comparaciones quizá, se lanzó a explorar nuevas formas de expresión y enfoques diferentes de héroes del pasado (reales o ficticios). Y el recurso tomó dos vertientes: una en el plano técnico y otra en el plano argumental.
En el primer plano, el cine actual recurre sin dudarlo a las inmensas posibilidades que le ofrecen los avances técnicos y se produce un derroche de efectos y de medios para recrear de la manera más espectacular posible el ambiente en que transcurrirá la historia. Y cuanto mayor sea el envite en este campo, más se tiende a valorar el resultado final. Un error muy típico el de confundir cantidad con calidad.
En el plano del argumento, la tendencia es desmitificar al héroe con la única intención de hacerlo más creíble y, al tiempo, terminar por construir una imagen endiosada aún mayor que la que tendían a despreciar en los films clásicos. Pues es evidente que cuantos más defectos o flaquezas dibujas en un héroe, mayor es el mérito que tiene al ser capaz de superarlas para cumplir su tarea o su destino.
Alejandro Magno (Oliver Stone, 2002) se inscribe al 100% en esta tendencia del cine de aventuras actual y el resultado, como es de esperar, es desastroso.
Uno puede hacerse una composición de lo que le espera, nada más sentarse ante la pantalla, a poco que se lo proponga: un film de larguísima duración, reparto plagado de figurines y figurones, cuidadosa puesta en escena, espectacularidad sobredimensionada y argumento vacío y pretencioso. Y el acierto es total.
Vayamos por partes. La presencia de Oliver Stone al frente del proyecto le otorga, de antemano, cierto prestigio y casi uno llega a abrigar la esperanza que el film sea algo honesto y lúcido. Pero a los cinco minutos ya se ve por donde van a ir los tiros. Talento no le falta al director, pero peca de una tendencia por sentar cátedra, por perseguir la grandeza en todo lo que emprende... y a veces es mejor ser más modesto. Salvo JFK: caso abierto, que me pareció un film hecho de manera seria, hay mucho humo en la obra de Stone: Platoon es pretenciosa y The Doors bastante superficial, por mencionar algunas de sus películas más conocidas.
En esta ocasión, Oliver Stone optó también por el film grandioso, pero al analizar Alejandro Magno no podemos menos que lamentar la falta de ritmo y, sobre todo, de profundidad de la obra; más grave aún es su intento por acercarse a la figura de Alejandro con ciertos visos de profundización, alejándose de la mera descripción de sus campañas militares, pretendiendo adentrarse en la intimidad del héroe. Pero este intento se queda a medias; nada llega a concretarse de manera eficaz y el film se pierde entre un metraje excesivo y los tópicos más evidentes.
La película recurre al ya muy visto flash back, con uno de los generales (Anthony Hopkins con una caracterización llamativa) de Alejandro narrando sus hazañas cuarenta años después de su muerte e intentando ubicar al conquistador en su tiempo.
Como decía antes, el film deja bastante de lado el tema militar y solo vemos un par de batallas con una puesta en escena espectacular pero confusa. Hubiera sido más interesante que el director describiera mejor los planteamientos tácticos realizados por Alejandro, pues sin duda, de uno de los mejores estrategas de la historia, sería apasionante poder comprender en qué radicaba su genialidad para salir victorioso siempre en condiciones de inferioridad manifiesta. Pero es más llamativo presentar las batallas de manera confusa, con un discutible recurso "peliculero" a un águila premonitoria, y mucha profusión de sangre y gritos que hacer un estudio más profundo del arte de la guerra en la antigüedad. Parece que la idea de realismo tiene que ir unida a la de confusión y movimientos convulsivos de la cámara.
Pero como lo que busca Oliver Stone es adentrarse en la personalidad de Alejandro, es en su relación con su madre y con su padre donde el film centra la atención de manera casi obsesiva. El resultado no deja las cosas muy claras. La relación con la madre (Angelina Jolie, que no deja de resultar extraña en su papel) oscila del amor protector al rechazo cuando Alejandro se hace adulto, pero sin llegar a dejar muy claro el origen del desencuentro. De la misma manera, la relación con Filipo (Val Kilmer), su padre, está marcada por el enfrentamiento y la admiración y de nuevo sin saber bien el porqué de estos vaivenes emocionales. Podemos pensar dos cosas: que esa es la imagen que quiere trasmitir de Alejandro: un ser con dudas terribles que no llega a disipar; o que Stone prefiere jugar a la indefinición para no pillarse los dedos. En todo caso, es un tema que no termina de cuajar y, al final, cuando el film parece que avanza, Oliver Stone vuelve de pronto al tema de las relaciones familiares, y el asunto acaba resultando ya cansino.
Otro punto en el que se centra el director es la relación homosexual de Alejandro con su amigo de la infancia Hefestión (y también con un sirviente persa). Ese tipo de relaciones eran habituales entre los griegos de aquella época, con lo que no debería ser algo demasiado llamativo. Pero hay que rellenar metraje y es poco con lo que cuenta el director para ello. El guión, como ya señalaba, abunda en indefiniciones y los diálogos muchas veces son confusos y en lugar de remarcar el argumento parecen añadidos antinaturales al no terminar de hacer progresar la historia correctamente. De nuevo se decanta el director por los excesos, en este caso verbales, pero sin aportar realmente claridad y profundidad a la historia.
Otro punto que chirría, al menos desde mi punto de vista, es la reiteración en el discurso de Alejandro de su lucha por la libertad de los pueblos. Al final, me daba la impresión que, más que escuchar al verdadero Alejandro Magno, estaba oyendo a un senador yanki dando un discurso para pedir fondos con los que invadir a algún pueblo miserable que debía ser salvado de su propia miseria. Esto es algo bastante típico de los films de época norteamericanos: traspasan su discurso y sus valores a cualquier época y pueblo sin el mínimo respeto por la historia. Es una utilización bastante mezquina y simplista del pasado para hacer propaganda del presente que se hace insoportable.
Tampoco la elección de Colin Farrell para el papel de Alejandro parece la mejor de las opciones. Yo no termino de identificarlo con el macedonio. Me parece un actor sin carisma, frío y que no me trasmite esa fuerza que se le supone a un personaje como Alejandro Magno.
Está claro que Stone no es David Lean y que el disponer de abundantes medios no garantiza el resultado. El talento no se mide en millones de dólares y la meta perseguida parece siempre el éxito de taquilla. El resultado, como era de esperar, es un film de una factura impecable, pero con el alma vacía salvo de pretensiones excesivas y una pomposidad cargante.
Desde luego, prefiero mil veces la sencilla candidez de los films de aventuras de antaño, con su cartón piedra y su technicolor chispeante. 

1 comentario:

  1. soy de caracas Venezuela, desde pequeño, siempre he admirado a Alejandro el Grande, de quien he leído una buena cantidad de libros, ensayos y novelas como la trilogía de Valerio Maximo Manfredi, a cuyos contenidos debió haber recurrido oliver stone y si lo hizo, no tomó en cuenta las grandes!!!!! cosas que allí aparecen; esto lo digo, debido a la gran decepción y rabia que sentí, al ver esa película, que lo único que hizo fue distorsionar y destruir a uno de los personajes mas grandes de la historia, quien a mi parecer ha sido el mas grande genio militar, con sus toques de política y también quien difundió no solo las artes de la guerra con sus fantásticas estrategias puesta en el campo de batalla, sino también cultura aunque parezca paradójico civilización. Muchas Gracias.

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