El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 30 de abril de 2010

¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?



Avanti! es el título original de esta comedia de la última etapa de Billy Wilder, rodada en 1972. Título bastante expresivo y sin necesidad de traducción, pues cualquiera entiende el significado. Aún así, y siguiendo misteriosos razonamientos que se escapan de la comprensión del común de los mortales, en este país se la rebautizó con el extenso y prescindible ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?, siguiendo una costumbre muy al uso por aquellos años. Afortunadamente, hoy en día esa extraña práctica ya ha desaparecido, aunque miles de películas arrastran su nombre postizo sin remedio ya. Avanti! es un ejemplo más.
Wendell Armbruster Jr. tiene que viajar precipitadamente a una pequeña isla italiana cuando le comunican que su padre, asiduo veraneante en ella, ha fallecido en un accidente de coche. Lo que no se imagina el desconsolado hijo es que su padre no iba solo cuando sufrió el accidente y menos aún puede sospechar que quién lo acompañaba no era otra que su amante, cuya hija, Pamela, acude también a identificar el cuerpo de su madre. Wendell despierta así a una realidad insospechada que comienza lentamente a resquebrajar su ordenada existencia, sus ridículas convicciones y una monotonía ordenada a la que él, erróneamente, denominaba vida. Aún mantiene una lucha contra la burocracia y el tiempo, desesperado porque todo encaje en su meticuloso orden de próspero hombre de negocios. Todavía su "decencia" le da fuerzas para enfrentarse a Pamela, como si culpándola a ella pudiera redimir a su progenitor. Esfuerzos inútiles y que no dejan de ridiculizar su encorsetamiento, su falta de ternura, su carencia absoluta de tacto. Como Pamela le dice, dejando en evidencia su raquítica ética, él aprueba engañar ocasionalmente a su esposa con aventuras de una noche con diferentes mujeres, pero ve mal la relación de su padre por tratarse de una aventura con una sola mujer.
Pero todo juega en su contra: los empleados del hotel, leales a la memoria de un padre que en realidad se le presenta ahora como un total desconocido; su propia responsabilidad como hijo para no empañar la memoria de un hombre admirado por todos; Pamela que, a pesar de todo, le resulta enormemente atractiva.
Sin remedio, Wendell Armbruster Jr. termina por comprender lo inevitable: que él admira en el fondo a su difunto padre por haber sabido vivir más allá de lo que se esperaba de él, por haber podido hacer feliz a una mujer, por ganarse el respeto y la admiración de la gente por lo que era y no por lo que tenía y, en definitiva, por brindarle, ya muerto, la lección más valiosa de todas: la de vivir la vida sin medias tintas, saboreando cada instante como si fuera el último.
Y así, por sorpresa, Wendell comienza a cambiar, se deja seducir por el mar, por la música, por la mirada enamorada de una desconocida, por la maravillosa sensación de sentirse vivo.
Al mismo tiempo, Wilder nos ofrece una crítica del modo de vida americano, materialista, encorsetado, clasista (recordemos como Armbruster Jr. se sorprende al saber que la amante de su padre era una simple manicura) y enfrente nos propone unos valores más irreverentes, despreocupados y vitales, encarnados en este caso por la cultura italiana. Pero, en general, lo que se nos plantea es el enfrentamiento entre la vida encorsetada y reglamentada, sea del país que sea, y la libertad que está al alcance de cualquiera que se atreva a dejarse llevar por el amor: amor por el prójimo, amor por la felicidad, por la fiesta; amor por la vida, en resumen.
Comparada a algunas obras maestras de Wilder, como El crepúsculo de los dioses, La tentación vive arriba, Testigo de cargo, Con faldas y a lo loco, El apartamento Uno, dos, tres podría parecer una obra menor, en efecto. Y por ejemplo, la fotografía no acaba de gustarme, delatando que está filmada en Europa, con esa característica particular de los films rodados fuera de Estados Unidos. El reparto carece de la brillantez de otros films del director, eso es evidente también; aunque está Jack Lemmon, actor muy habitual de Billy Wilder, pero quizá cueste un poco identificarlo con el americano ricachón y triunfador del guión, pues Lemmon es más el tipo de americano medio, del montón, el tipo vulgar que podría estar viviendo en el apartamento de al lado. Aún así, está estupendo en su papel de despistado, de persona superada por los acontecimientos, de luchador condenado al fracaso. En este film lo vemos más comedido, sin la ligera exageración de alguna de sus comedias más locas. Juliet Mills, en el papel de Pamela, está correcta sin más, lo mismo que el resto del reparto: correctos y convincentes, que ya es bastante.
Pero lo mejor del film está en el guión. Un trabajo soberbio de Billy Wilder y su inseparable I. A. L. Diamond (guionista también de Me siento rejuvenecer, Ariane, Con faldas y a lo loco, El apartamento, Uno, dos, tresEn bandeja de plata), plagado de frases inteligentes, de momentos de un nivel elevadísimo (y más comparado a comedias actuales) y la mordacidad de Wilder resplandeciendo aquí y allá tan fresca como el primer día. Y es el guión lo que definitivamente rescata esta comedia y evita que se convierta en una más del montón, pues dicho guión consigue una extraña y hermosa armonía entre la comedia desenfadada y la reflexión seria sobre el amor, el deseo, la rutina, la monotonía de una vida burguesa bien asentada, incluso sobre la muerte y como ésta puede llegar a percibirse como el perfecto broche de oro a una vida plena. Y no faltan, por supuesto, las pequeñas punzadas de Wilder contra Estados Unidos y contra la corrupción de la clase política, siempre de manera inteligente y con cargas de profundidad muy bien emplazadas, demoledoras. Por ejemplo, cuando se le recomienda al director del hotel elegir Damasco antes que Nueva York como futuro destino. Dentro del un tono ligero, hay momentos clave en que el estupendo guión consigue arrancarte verdaderas carcajadas, fruto de un trabajo hecho con esmero y mucho talento.
Sigo pensando que esta película no está a la altura de las obras maestras de Wilder, pero es que el listón de este director es altísimo, sin embargo no deja de ser un film muy interesante y que desde luego supera largamente la media de calidad de las comedias actuales.
Para terminar, nada mejor que una reflexión del propio director acerca de su film: "…habría sido más atrevido y dramático que el hijo descubriera que su fallecido padre viajaba a Italia… porque era homosexual. Entonces sí que se habría convertido en una película atrevida".

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