Dirección: William Wyler.
Guión: Jo Swerling y Niven Busch (Historia: Stuart N. Lake).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Gregg Toland (B&W).
Reparto: Gary Cooper, Walter Brennan, Doris Davenport, Fred Stone, Forrest Tucker, Paul Hurst, Chill Wills, Lilian Bond, Dana Andrews.
El forastero (1940) es una película entrañable y maravillosa, quizá injustamente olvidada, y que nos devuelve al mejor cine clásico, a la emoción y la sencillez, al trabajo bien hecho.
Al oeste del río Pecos, en Texas, la única ley que impera es la que ejerce despóticamente el juez Roy Bean, protector de los intereses de los ganaderos y enemigo acérrimo de los granjeros que levantan alambradas en la pradera. Un día, Cole Harden (Gary Cooper), un forastero que pasaba por allí, es arrestado acusado de robar un caballo.
El forastero es cine de verdad, de ese que sabe construir una hermosa historia, dibujar personajes entrañables y emocionarnos con una sola mirada.
La clave de la película es sin duda la figura del juez Roy Bean, personaje histórico que aquí se presenta como un verdadero canalla al que, sin embargo, es imposible no tenerle cariño. Es un tirano y un criminal que no duda en ahorcar a quién sea por medio de una farsa de juicios orquestados con sus secuaces. Pero es un hombre noble en el fondo, con su código del honor y, sobre todo, con una devoción absoluta hacia su amor platónico: la artista Lily Langtry. Y es ese amor incondicional, esa pasión por encima de cualquier lógica y medida, el que lo convierte en una persona conmovedora, capaz de dar lo que sea por un simple mechón de su cabello. Y en este hermoso retrato que Wyler nos brinda del legendario juez hay que reconocer el enorme mérito de la presencia de Walter Brennan. Sin él, nada sería lo mismo. Es tal su talento que logra emocionarnos y trasmitirnos toda la pasión de su corazón hasta estremecernos cuando, malherido, logra al fin ver cumplido su sueño de conocer en persona a Lily Langtry. La verdad es que el talento de Brennan es colosal, es uno de esos actores sin los cuales el cine no hubiera sido el mismo. Su trabajo aquí recibió la merecida recompensa de un Oscar al mejor actor secundario.
Pero otro de los grandes aciertos de la película es la magistral dirección de William Wyler, uno de los grandes directores de la historia del cine. Hay un puñado de escenas en que, sin palabras, logra contarnos todo lo que está pasando entre los personajes, lo que piensan, lo que sienten, lo que quieren decir y se callan. Por mencionar sólo un par de momentos, habría que destacar el instante en que Gary Cooper le va a entregar el mechón de cabello al juez y como se palpa la tensión, el nerviosismo del juez y como prolonga la entrega Cooper a propósito para martirizarlo, o el brindis de ambos llenando las jarras del licor que corroe la madera; pero la escena final, cuando Cooper lleva a Brennan herido a ver a Lily, y como el juez desea entrar por su propio pie y su brillante mirada ante el ser que ha adorado... esto es sensibilidad y arte y belleza, y es imposible no sentir compasión y cariño por este personaje entrañable.
Una obra maravillosa, un ejemplo de saber hacer, de cómo se trabaja una historia para convertirla en algo grande. Además del Oscar para Brennan, el film obtuvo dos más: al mejor guión original y a la dirección artística.
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