He aquí uno de esos films que han marcado historia y se ha convertido en poco tiempo en toda una referencia dentro del género de la ciencia-ficción. La razón, sin lugar a dudas, hay que buscarla en el apartado técnico de la película y en especial a la ambientación: la lluvia constante, la ciudad futurista y no obstante decrépita, los carteles publicitarios con sus luces en cada esquina, el ambiente sórdido de algunas calles que recuerda a ciertos elementos típicos del cine negro, las calles llenas de gente y de vehículos..., sin olvidar la maravillosa banda sonora de Vangelis. Todos estos elementos han convertido a Blade Runner (Ridley Scott, 1982) en una referencia casi insalvable para multitud de obras posteriores. Es de esos films que ya nacen siendo clásicos.
Pero no hubiera bastado todo lo anteriormente dicho para que incluyera este film en mi lista de pequeñas maravillas del cine. Hay algo más que convierte a Blade Runner en una película completa, y es la reflexión tan lúcida y tan conmovedora que plantea acerca del deseo de vivir de unos androides. Toda una reflexión filosófica y ética dentro de un género que, por lo general, se plantea más bien como mero entretenimiento con algún toque seudo-científico.
Los Replicantes de la serie Nexus 6 son tan perfectos que hasta albergan deseos tan humanos como el querer gozar de más años de vida y se revelan ante su creador al igual que los creyentes imploran a sus dioses la gracia de un día más en la tierra.
Y de esta manera, los androides (en teoría desempeñan el rol de "malos" de la película) se van revelando poco a poco como los personajes más humanos de la historia y su horror ante la proximidad de su "fecha de caducidad" se hace no solo comprensible, sino que nos pone de su parte ante la fría realidad de su irrevocable fecha de caducidad. ¿Qué haríamos nosostros si el día de nuestra defunción estuviera escrito de antemano?.
Pero hay incluso algo más: y es la nobleza, la generosidad, el tremendo amor a la vida del personaje magistralmente interpretado por Rutger Hauer en el instante en que decide no matar a su cazador (Harrison Ford) como regalo final a la vida.
Creo que, finalmente, lo que hace que esta película resulte tan especial es que, a pesar de reflejar un futuro inexistente, tiene la cualidad de presentarlo de manera realmente creíble.
Dejemos que sea el propio Rutger Hauer el que ponga la frase de despedida, no se me ocurre nada más hermoso para cerrar este artículo:
"He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir..."
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