El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 28 de abril de 2010

Banderas de nuestros padres



Cuando era pequeño, las pelis de guerra eran pelis de héroes. Uno iba al cine y sabía lo que iba a ver y que saldría de la sala inflado de orgullo, como si las batallas de la pantalla las ganáramos también nosotros desde la butaca. Eran, sin duda, otros tiempos y la propaganda se distribuía sin pudor ni remordimientos. Los malos eran los malos y los buenos ... los de siempre.
Por fortuna, una de las cosas que nos ha traído nuestra era es un sentido del heroísmo, de la justicia y del patriotismo diferentes. Y en los films de guerra (que atravesaron su particular desierto por causa precisamente del cambio de mentalidades) se fueron abriendo a diferentes planteamientos donde el honor, la valentía y el deber eran enfocados (y cuestionados) desde perspectivas más realistas. Imagino que la Guerra de Vietnam tuvo mucho que ver en todo ésto. Y es que en el momento en que las guerras pudieron ser retrasmitidas casi en directo por las televisiones, ciertos discursos perdieron su asiento.
Y si dentro del cine norteamericano actual hay alguien que identifico con la rectitud y el talento ese es Clint Eastwood. Por lo tanto, no puedo hablar de sorpresa ante un film como el que me ocupa. Pero siempre gente como Eastwood guardan un elemento sorpresa, por pequeño que pueda ser.
Partiendo de la famosa fotografía de unos soldados norteamericanos izando su bandera en la isla de Iwo Jima, casi una anécdota, Eastwood se adentra en las vidas de esos supuestos héroes, tal y como son vistos y "vendidos" en su país por intereses fundamentalmente económicos, para echar por tierra mitos y heroicidades.
El film es la visión de la batalla de Iwo Jima vista desde el lado de los vencedores. En Cartas desde Iwo Jima (2006) completa la historia con la visión desde el punto de vista de los japoneses. Inevitable comparar ambas visiones del mismo episodio y yo me inclino por la segunda, a pesar de estar en japonés con subtítulos, lo que no resulta sencillo para concentrarnos enteramente en la historia.
¿Porqué Iwo Jima? Seguramente por tratarse de una de las batallas más duras y sangrientas de los norteamericanos en su particular duelo con el Imperio japonés. La batalla tiene lugar en marzo de 1945, cuando Japón era consciente ya de que tenía perdida la guerra. Sin embargo, su determinación para luchar hasta el límite y el orgullo extremo de defender el suelo patrio llevaron al ejército nipón a extremos de resistencia absurdos. Iwo Jima es, tal vez, el ejemplo más llamativo. Con una guarnición de 21.000 soldados en la isla, al término de la batalla solo quedaban 216 supervivientes. Pero lo peor es que los japoneses sabían, antes de comenzar la lucha, que la isla sería la tumba de todos ellos. Los americanos sufrieron más de 24.000 bajas, entre muertos y heridos. Y todo por capturar un islote volcánico de 20 Km cuadrados.
Decía antes que prefería el film que narra la batalla desde el punto de vista japonés y es que en Banderas de nuestros padres (2006) el relato es algo confuso por momentos y diluye la carga dramática. Dentro de la seriedad y el talento del director, quizá posea demasiados cambios en el orden del relato que no favorecen un seguimiento que nos conmueva e implique de manera más contundente. Por otra parte, el destino de los soldados que colocaron la bandera es mucho menos atractivo que el de los desesperados soldados japoneses luchando sin esperanza alguna.
Se aprecia sin duda la mano del director en que narrar la película de un modo poco convencional, comprometido con su intención desmitificadora y de denuncia de las manipulaciones políticas de la guerra. Sin embargo, el resultado final no termina de cuajar del todo.
Nada que ver con los films épicos de mi admirado Errol Flint. La guerra, por fin, no es presentada como algo hermoso. La miseria, el miedo, el desconcierto, la mentira y la manipulación salen a relucir y poco espacio queda para gloriosas medallas o adornadas escenas bélicas de dudosa belleza. La muerte y la crueldad nunca son hermosas. 

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