El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 20 de abril de 2010

Lo que el viento se llevó


Sin duda alguna, Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939) sigue siendo aún hoy en día un film colosal al que muy pocos pueden acercársele. La película es obra del productor David O. Selznick, que se hizo con el best-seller de Margaret Mitchell y no reparó en gastos para lograr crear la mayor película de la historia. Fue él quién escogió a Clark Gable para el papel de Rhett Buttler y fue él también quién, tras muchas pruebas fallidas para encontrar a la protagonista, se decantó por Vivien Leigh. La apuesta por los protagonistas no pudo salirle mejor y Vivien Leigh alcanza aquí el rango de mito.

Aunque Victor Fleming es el director que firma la película, también trabajó en ella George Cukor (presente en la primera parte de la película) y Sam Wood.

El gran acierto de la película fue saber crear un espectáculo grandioso sin que en ningún momento decayera el interés, y eso que el film dura 222 minutos. Pero es que la historia posee todos los elementos para enganchar al espectador: pasión, guerra, dramas, miserias, lujo y decadencia. Es cierto que en algunos momentos la trama se vuelve un tanto folletinesca y el paso del tiempo también se empieza a notar, pero el resultado global es tan rotundo y apabullante que nada parece poder hacerle sombra.

Algunas escenas aún hoy resultan perfectas y sobrecogedoras, como el mítico incendio de Atlanta, para el que el productor utilizó los decorados que le quedaban de King Kong, o el momento en que Scarlett atiende a los heridos y la pantalla de llena de miles de extras que ocupan todo el espacio o el momento ya legendario en que Scarlett jura que no volverá a pasar hambre. Lo que nos lleva a hablar de la impresionante fotografía en Tecnicolor, los suntuosos decorados, los lujosos vestidos... Y es todo en este film es grandioso.

El eje de la película es, sin duda, la figura de Scarlett, desde que se presenta como una joven caprichosa e inconsciente hasta que la miseria saca de ella todo el coraje y la determinación de salir adelante sin reparar en cómo y a quién debe llevarse por delante. La interpretación de Vivien Leigh es sencillamente perfecta.

La película se alzó con la prodigiosa cantidad de diez Oscars: mejor película, director, actriz principal y secundaria (Hattie McDaniel), mejor guión adaptado, dirección artística, fotografía, montaje, Oscar honorífico a la utilización del color y otro por los logros técnicos.

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