El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de mayo de 2010

El jardinero fiel


Dirección: Fernando Meirelles
Guión: Jeffrey Caine (Novela: John Le Carré)
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: César Charlone
Reparto: Ralph Fiennes, Rachel Weisz, Danny Huston, Hubert Koundé, Sidede Onyulo, Bill Nighy, Gerard McSorley, Daniele Harford

Justin Quayle (Ralph Fiennes), diplomático británico de segunda fila, es destinado a Kenya, a donde se lleva a su apasionada esposa Tessa (Rachel Weisz), siempre dispuesta a involucrarse en cualquier causa perdida. En Kenya no tarda en interesarse en un caso de corrupción a gran escala en el que hasta el mismo gobierno británico parece estar implicado. Cuando Tessa se convierte en una peligrosa amenaza será asesinada. Es entonces cuando su esposo, hasta entonces ajeno a las investigaciones de su esposa, comienza a comprenderla verdaderamente y se decide a continuar la tarea que ella dejó inacabada.
Este párrafo viene a condensar en pocas líneas el argumento de El jardinero fiel (2005), este thriller político basado en una novela del mismo título de John Le Carré, escritor británico autor de los mejores títulos de novelas de espionaje (él mismo fue espía en su juventud), pues dota siempre a sus novelas de un trasfondo personal muy humano, además de contar historias absolutamente creíbles y con el sello de quién sabe de primera mano de qué está hablando. Sin embargo, el cine no ha sabido plasmar plenamente todo el espíritu de sus novelas en las numerosas adaptaciones que se han llevado a cabo. El sastre de Panamá es el último ejemplo de ello. De hecho, la única adaptación que realmente he visto que lograba ser digna de sus novelas fue una realizada para la televisión y estrenada hace muchos años con el título de Calderero, sastre, soldado, espía.
En este caso, y al no haber leído la novela, ignoro si se trata de una buena adaptación, aunque he de reconocer que no me ha parecido una buena película, aún cuando posea cualidades innegables. Entre ellas, por encima de cualquier otra, está el reparto. Tanto Ralph Fiennes como Rachel Weisz, en quienes recae casi por entero el peso de la historia, no sólo trasmiten total credibilidad, sino que hacen a sus personajes completamente humanos y así acabamos por quererlos y compartimos su destino con emoción. Y aquí hemos de alabar un guión que no se ha centrado exclusivamente en la trama política y ha sabido desarrollar ampliamente el lado sentimental de la historia, deteniéndose en el retrato de los protagonistas con un especial acierto en ocultar deliberadamente, al comienzo, gran parte de las motivaciones y de las razones de Tessa, con lo que se siembran muchas dudas en nosotros, al mismo tiempo que en el marido, para ir lentamente redescubriéndola a medida que avanza la historia.
Historia que, sin embargo, se presenta confusa en cuanto a la vertiente de la intriga política. Decía Hitchcock que, en el cine, todo lo que no se muestra al espectador se pierde. Un fallo generalizado de ciertos films de intriga es la proliferación de una cadena de nombres y datos (frecuentemente expuestos con cierta precipitación en los últimos instantes a modo de aclaración de la trama) que irremediablemente se nos escapan en gran parte. En este caso hay algo de lo mismo. Se habla de personas y lugares sin mostrarlos, y a veces con el añadido de hacerlo en medio de conversaciones precipitadas donde se encadenan los acontecimientos de tal manera que se hace muy difícil entender gran cosa, como en la escena en que Justin interroga al médico en un campamento de Sudán mientras están siendo atacados. La conclusión es que comprendemos el fondo de la historia, pero hay muchos cabos que pueden quedar sueltos.
En este sentido tampoco ayuda gran cosa que los villanos se queden en un segundo plano bastante borroso. Parece que el esfuerzo llevado a cabo en la definición precisa del matrimonio protagonista se haya llevado por delante al resto de personajes.
Fernando Meirelles, director brasileño que saltó a la fama con Ciudad de Dios, continúa aquí su cine de denuncia y por ello merece nuestra consideración. El trasfondo que se desvela en este film es demoledor: la trama de compañías farmacéuticas, con apoyo de gobiernos corruptos, que utilizan África como un gigantesco laboratorio. Sinceramente, es para quitarnos el sueño. Lo malo es que Meirelles ha escogido el protagonismo personal en la puesta en escena, opción tan válida como cualquier otra, aunque a mí particularmente no me gusta y creo, además, que en lugar de sumar, resta eficacia y definición a la película.
Soy de la opinión que cuando una historia es buena y tiene fuerza (y la de esta película la tiene), el protagonismo debe corresponderle a la historia misma. Pero el director parece querer su parte de protagonismo, colaborar con su granito de arena y acaba por estropear un poco la historia. Su estilo es casi de documental, con la sana intención de hacer quizá más real lo narrado, y para ello estima necesario dotar de movilidad a la cámara, como si fuera un personaje más, como si nosotros estuviéramos en medio de la acción filmando con una cámara de video casera. El resultado es un movimiento excesivo de la cámara que termina por cansar, son planos rebuscados que acaparan la atención cuando el interés está en otra parte, en el diálogo, en los personajes, y no en ese ángulo imposible. Fatiga que no contribuye a aliviar la excesiva duración de la cinta, 129 minutos que el nervioso Meirelles hace aún más largos.
A pesar de todo, creo que es un film más que meritorio, donde destacaría sobre todo ese desarrollo de la parte más íntima y personal de la historia, de su lado romántico, aunque quizá ello sea visto por otros precisamente como un lastre que debilita la parte de denuncia política. Yo no creo que sea así y, si es cierto que el thriller queda algo menos nítido que la parte sentimental de la historia, ello no creo que sea culpa de esta última y sí de un tratamiento algo desequilibrado de los dos frentes de la trama.

Rachel Weisz se llevó el Oscar a la mejor actriz secundaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario