El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de mayo de 2010

El castillo ambulante



Miyazaki es sin duda el cineasta japonés de animación más famoso del momento. Su trabajo le ha reportado importantes premios a parte de un reconocimiento general, plasmado en los grandes éxitos de taquilla de su Princesa Mononoke o El viaje de Chihiro, el film de su consagración en occidente, con el que obtiene el Oso de Oro de Berlín y el Oscar al mejor film de animación.
En esta película realiza una adaptación de una novela infantil inglesa, "Archer´s goon", de la escritora Diana Wynne Jones, que le sirve de nuevo para desplegar todo un universo mágico, denso, extraño en muchas ocasiones y, por encima de todo, tremendamente personal. Es el tipo de cine que encandila a cierto sector de la crítica con devaneos intelectuales pues les permite, dada la complejidad de la propuesta, dar rienda suelta a sus elucubraciones más sesudas y, con ello, dar alimento a su nunca satisfecha vanidad.
Sophie es una adolescente que conoce un día a un extraño y apuesto mago, Howl. Pero ese encuentro no pasa desapercibido para la Bruja de las Landas, enemiga de Howl, que decide vengarse lanzando un hechizo que convierte a Sophie en una anciana. Comienza así la búsqueda de Sophie de Howl con el fin que la ayude a deshacer el hechizo. Ello la lleva a abandonar a los suyos y su vida convencional para partir a una extraña aventura que le llevará hasta el castillo ambulante, hogar de Howl y que da título al film.
Este breve resumen del argumento de El castillo ambulante (2004) no sirve de mucho, en realidad, para comprender un film complicado que encierra en sus entrañas una curiosa dualidad: es una obra que fascina por un lado y que resulta un tanto extraña y fría por otro y desde luego es una propuesta que, por su complejidad, no se destina al público infantil, al contrario de otras propuestas recientes del cine de animación norteamericano donde se ve una orientación hacia los niños sin renunciar a ciertos guiños hacia un público adulto.
Sin lugar a dudas, uno de los mayores atractivos del film es el maravilloso espectáculo visual desplegado. Los dibujos son de una belleza exquisita, tanto por el trazo como por los colores. Es imposible no quedar deslumbrado con la belleza de los paisajes, la luminosidad, el gusto por los detalles, la hermosura del trazo, la barroca imaginación de Miyazaki. Personalmente los considero los dibujos más hermosos que he visto. Pero hay algo que me ha resultado, cuando menos curioso, y es el hecho que uno de los personajes más simpáticos, Calcifer (el fuego del castillo), es a la vez de los peores logrados a nivel gráfico.
Sin embargo, junto a este acierto, la película no está libre de ciertos defectos. Así, la trama resulta muchas veces confusa, se enreda en detalles que no parecen fundamentales y se extiende en exceso (el film dura 119 minutos, un metraje excesivo). El resultado de ello es que la historia no acaba de atraparnos. Cuando veía el film tenía la sensación de que en algún momento la historia iba a terminar por centrarse, concretarse, coger un rumbo concreto y que, a partir de ahí, lograría hacerme sentir parte de la aventura. Lo malo es que pasan los minutos y no hay concreción alguna. Se pierde así intensidad, algunos de los momentos culminantes de la historia pasan sin causarnos el efecto necesario y, finalmente, la historia termina por dejar de ser primordial y lo que prevalece en los espectadores, principalmente, es la maestría formal. Una lástima, en todo caso, porque esta confusión resta sin querer algo de eficacia a una propuesta delicada y hermosa que merecía más en cuanto al guión.
Pero, al igual que hay que quitarse el sombrero en lo relativo al apartado técnico, hay otro aspecto de la historia que me gustaría destacar: la sutil caracterización de los personajes, con su lado perverso y su lado heroico; algo evidente en la figura de Howl o en la maga Suliman, al servicio del monarca, y que posee una innegable maldad bajo una dulce apariencia. Personalmente me gusta esta ambigüedad de los personajes, que encuentro enriquecedora y estimulante. En relación con este aspecto, me gustaría destacar un detalle hermoso, curioso y que rompe con la costumbre de los films de dibujos y es cómo Sophie se apiada de la Bruja de las Landas, que recordemos fue la que la transformó en anciana, y la acoge y le ofrece un hogar. Un gesto que honra a Sophie y viene a resaltar cómo la compasión y el perdón son mucho más reconfortantes que la fría venganza. Por encima del discurso contra la guerra que domina el film y que no deja de ser un tema ya muy visto, yo destacaría este otro mensaje, mucho más cercano a nuestra propia experiencia diaria e infinitamente más difícil de llevar a la práctica, en especial hacia alguien que nos pudiera haber hecho un daño de las proporciones del que la Bruja infringió a Sophie.
Con este detalle me quedo como lo más bonito de la película, junto a su impresionante belleza formal. Estamos, resumiendo, ante un film adulto, muy difícil de definir y reflejo, en última instancia, del universo peculiar y complejo del director, que seguramente fascinará a muchos pero también dejará a muchos otros algo perplejos o indiferentes. En todo caso, una propuesta original que se presta a múltiples lecturas y no destinada, por supuesto, a todos los públicos.

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