El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 7 de mayo de 2010

El hombre que mató a Liberty Valance



Dirección: John Ford.
Guión: James Warner Bellah & Willis Goldbeck (Historia: Dorothy M. Johnson).
Música: Cyril Mockridge (AKA Cyril J. Mockridge).
Fotografía: William H. Clothier (B&W).
Reparto: James Stewart, John Wayne, Lee Marvin, Vera Miles, Edmond O'Brien, Andy Devine, Ken Murray, John Carradine, Jeanette Nolan, John Qualen, Woody Strode, Lee Van Cleef, Strother Martin, Denver Pyle.
 
El hombre que mató a Liberty Valance (1962) está considerada una de las mejores películas de John Ford. Sin restarle méritos a esta gran obra, yo la situaría a un sólo peldaño de las que considero grandes cumbres del director: La diligencia, Centauros del desierto, Las uvas de la ira, El hombre tranquilo, Qué verde era mi valle o Pasión de los fuertes. Pero que esta apreciación personal no reste un ápice de valor a un film inmenso.
Contada usando el falsh-back, por medio del cuál el senador Ransom Stoddard (James Stewart) relata el momento de su llegada al Oeste, la película refleja el fin de una época, no sin cierto aire de nostalgia, ante la llegada imparable de la civilización, representada por la ley encarnada en el joven abogado dispuesto a terminar con la otra ley imperante: la ley del más fuerte. En este recuerdo de su vida aparece con fuerza la figura de su amigo muerto, Tom Doniphon (John Wayne), revelando el senador cómo fue realmente el hombre que acabó con la vida del terrible foragido Liberty Valance, que tenía atemorizada a toda la región.
Estamos, por tanto, ante un tema que no es nuevo en la obra de John Ford, como es el de desvelar la verdad que se esconde bajo las leyendas; tema presente ya en Fort Apache. Aquí, el senador, aunque tarde, restituye a su amigo Tom el trocito de gloria que le correspondía por méritos propios. Aunque, como se dice en el film, en el Oeste no es bueno cambiar las leyendas, con lo que Tom seguirá ignorado por la historia.
El hombre que mató a Liberty Valance es un film marcado por la tristeza y la nostalgia de todo lo que se termina. Se terminó la vida de Tom, símbolo también de un mundo extinguido. Un mundo sin duda cruel, injusto, pero donde los valores del honor, la amistad, el valor y, porqué no, la justicia, eran los motores de esa sociedad desaparecida bajo el signo del progreso. Pero Tom simboliza, no sólo en su muerte, también en su vida, el ocaso de toda una manera de entender el mundo. Porque Tom se nos presenta como un vaquero arrogante, noble y en apariencia hombre de éxito. Pero en realidad, a lo largo del film, asistimos a su tragedia personal: pierde a la mujer de su vida, que se va con Ransom; pierde su casa en un ataque de ira y desesperación y, finalmente, nadie sabrá que fue él quién libró al pueblo del azote de Liberty. Tom es, pues, la personificación de ese mundo que toca a su fin.
De la misma manera, Ransom pasa a simbolizar el triunfo de los nuevos tiempos, que nos traen elecciones libres, progreso y leyes; pero que se asientan en mentiras, como la de la muerte de Valance, y donde no siempre son los mejores los que triunfan.
Y todo ésto expuesto de manera soberbia por un Ford ya maduro, pero pletórico en el dominio de la puesta en escena, del ritmo y, en este caso, lejos de sus amados espacios abiertos o de sus espectaculares escenas de acción. Es un John Ford más reposado, más intimista, pero profundamente sensible y humano, como lo fue a lo largo de toda su carrera.
Quizá la única pega que le veo al film, la parte más floja, sea cuando se situa en el presente, con el senador y su esposa ya ancianos; a mi entender es lo menos logrado del film, con cierto aire empalagoso. De ahí que al principio de este comentario dijera que, para mí, es un film ligeramente inferior a otros de Ford.
A pesar de eso, estamos ante un film inmenso, con un retrato maravilloso de todos los personajes. Un film intimista, denso. Una muestra más del enorme talento de John Ford para contar historias y para emocionarnos con ellas.  

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