Dirección: John Ford.
Guión: James Warner Bellah & Willis Goldbeck (Historia: Dorothy M. Johnson).
Música: Cyril Mockridge (AKA Cyril J. Mockridge).
Fotografía: William H. Clothier (B&W).
Reparto: James Stewart, John Wayne, Lee Marvin, Vera Miles, Edmond O'Brien, Andy Devine, Ken Murray, John Carradine, Jeanette Nolan, John Qualen, Woody Strode, Lee Van Cleef, Strother Martin, Denver Pyle.
El hombre que mató a Liberty Valance (1962) está considerada una de las mejores películas de John Ford. Sin restarle méritos a esta gran obra, yo la situaría a un sólo peldaño de las que considero grandes cumbres del director: La diligencia, Centauros del desierto, Las uvas de la ira, El hombre tranquilo, Qué verde era mi valle o Pasión de los fuertes. Pero que esta apreciación personal no reste un ápice de valor a un film inmenso.
Contada usando el falsh-back, por medio del cuál el senador Ransom Stoddard (James Stewart) relata el momento de su llegada al Oeste, la película refleja el fin de una época, no sin cierto aire de nostalgia, ante la llegada imparable de la civilización, representada por la ley encarnada en el joven abogado dispuesto a terminar con la otra ley imperante: la ley del más fuerte. En este recuerdo de su vida aparece con fuerza la figura de su amigo muerto, Tom Doniphon (John Wayne), revelando el senador cómo fue realmente el hombre que acabó con la vida del terrible foragido Liberty Valance, que tenía atemorizada a toda la región.
Estamos, por tanto, ante un tema que no es nuevo en la obra de John Ford, como es el de desvelar la verdad que se esconde bajo las leyendas; tema presente ya en Fort Apache. Aquí, el senador, aunque tarde, restituye a su amigo Tom el trocito de gloria que le correspondía por méritos propios. Aunque, como se dice en el film, en el Oeste no es bueno cambiar las leyendas, con lo que Tom seguirá ignorado por la historia.
El hombre que mató a Liberty Valance es un film marcado por la tristeza y la nostalgia de todo lo que se termina. Se terminó la vida de Tom, símbolo también de un mundo extinguido. Un mundo sin duda cruel, injusto, pero donde los valores del honor, la amistad, el valor y, porqué no, la justicia, eran los motores de esa sociedad desaparecida bajo el signo del progreso. Pero Tom simboliza, no sólo en su muerte, también en su vida, el ocaso de toda una manera de entender el mundo. Porque Tom se nos presenta como un vaquero arrogante, noble y en apariencia hombre de éxito. Pero en realidad, a lo largo del film, asistimos a su tragedia personal: pierde a la mujer de su vida, que se va con Ransom; pierde su casa en un ataque de ira y desesperación y, finalmente, nadie sabrá que fue él quién libró al pueblo del azote de Liberty. Tom es, pues, la personificación de ese mundo que toca a su fin.
De la misma manera, Ransom pasa a simbolizar el triunfo de los nuevos tiempos, que nos traen elecciones libres, progreso y leyes; pero que se asientan en mentiras, como la de la muerte de Valance, y donde no siempre son los mejores los que triunfan.
Y todo ésto expuesto de manera soberbia por un Ford ya maduro, pero pletórico en el dominio de la puesta en escena, del ritmo y, en este caso, lejos de sus amados espacios abiertos o de sus espectaculares escenas de acción. Es un John Ford más reposado, más intimista, pero profundamente sensible y humano, como lo fue a lo largo de toda su carrera.
Quizá la única pega que le veo al film, la parte más floja, sea cuando se situa en el presente, con el senador y su esposa ya ancianos; a mi entender es lo menos logrado del film, con cierto aire empalagoso. De ahí que al principio de este comentario dijera que, para mí, es un film ligeramente inferior a otros de Ford.
A pesar de eso, estamos ante un film inmenso, con un retrato maravilloso de todos los personajes. Un film intimista, denso. Una muestra más del enorme talento de John Ford para contar historias y para emocionarnos con ellas.
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