El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 3 de mayo de 2010

Simón del desierto



Última película de Luis Buñuel en México, Simón del desierto (1964) no pasó del mediometraje por falta de presupuesto, pero aún así la propuesta está ahí y resulta bastante diáfana: una crítica en tono de comedia de los beatos, de las interpretaciones absurdas de la Biblia, de lo inútil de las penitencias, de la hipocresía de los hombres y mucho más.

Simón habita desde hace en años en el desierto, en lo alto de una columna, dedicado a rezar y renunciando a cualquier placer o lujo con el fin de alcanzar así el perdón y la misericordia divinas. Hasta él se acercan las gentes del pueblo en busca de milagros o de su bendición; sacerdotes que le aportan agua y algo de alimentos; su propia madre, que desea pasar sus últimos días cerca de su hijo y hasta el diablo que, en forma de hermosa mujer, intenta que flaquee en su penitencia.

Evidentemente, la película acusa el paso de los años, ya no solamente a nivel técnico, sino incluso por cierta ingenuidad en algunos momentos. Pero aún así, la historia, basada en una idea del propio Buñuel, conserva la lucidez de quién se cuestiona los mitos y las creencias de manera cínica e inteligente, sin dejar nada a salvo de una mirada incisiva y crítica.

Buñuel ridiculiza a los santones que, como el protagonista, buscan el perdón de un ser superior pero son incapaces de ayudar a su propia madre, mendiga de un mísero abrazo que su hijo le da a regañadientes. Tampoco Simón es muy indulgente con el sacerdote que se asea demasiado y no se deja barba, pues ello denota cierto apego por lo material. Lo absurdo de su penitencia llega a extremos tales que decide aumentar su sacrificio manteniéndose apoyado en una sola pierna. Pero la ridiculización de esta actitud de Simón es aún mayor cuando se para en medio de una oración por haber olvidado el texto o cuando se dice a sí mismo: "¡Me doy cuenta que no me doy cuenta de lo que digo!".

La escena del cura poseído blasfemando y el resto respondiéndole a coro y equivocándose o, sencillamente, no entendiendo ni lo que dice el blasfemo es soberbia. También la del milagro, con el hombre que recupera las manos y lo primero que hace es darle una torta a su hija y los que, esperando con ansia el milagro, se marchan sin darle la mínima importancia una vez realizado. Buñuel no sólo es implacable con la tontería humana, sino que hace gala de un agudo sentido del humor y un desenfado genial.

Una obra que, si en las formas no es nada especial, sí en cambio ofrece una visión muy crítica sobre la moralidad, la beatitud y toda la parafernalia de las religiones, más cercana a la estupidez de lo que podría creerse. 

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