El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 21 de mayo de 2010

Julio César


Un grupo de conspiradores, encabezados por Bruto (James Mason) y Casio (John Gielgud), asesinan a Julio César (Louis Calhern) para evitar que su ambición acabe con la República. Una vez cometido el crimen, intentan convencer a Marco Antonio (Marlon Brando), fiel a César, para que se una a su causa.

Adaptación de la obra de William Shakespeare llevada a cabo por el propio director, Julio César (Joseph Leo Mankiewicz, 1953) no esconde su origen teatral, pero ello no es obstáculo para que Mankiewicz consiga una película llena de fuerza.

Por un lado, la adaptación es muy fiel al texto original y eso se plasma en una riqueza de los diálogos deslumbrante, barroca y certera. Hoy en día sería complicado construir un film sobre esta base, pero sin duda es  uno de los grandes aciertos de la película. Pero un elemento indispensable para que la riqueza expresiva del texto alcance todo su esplendor reside en el reparto que le de vida. Y aquí Mankiewicz vuelve a acertar de lleno. A sólidos actores de la talla de Gielgug o Calhern se unen James Mason, un prodigio de eficacia, y el colosal Marlon Brando, impresionante y poderosa presencia que llena la pantalla de una manera asombrosa.

Y si hay un momento cumbre en el film es precisamente el de los discursos de ambos, Bruto y Marco Antonio, ante el pueblo tras la muerte de César. Ejemplo de retórica, de manipulación y de cómo es relativamente sencillo embaucar al pueblo llano, ambos discursos son un prodigio y una muestra de la maestría de Shakespeare con la palabra. Pero el mejor de los dos es, naturalmente, el de Marlon Brando, ya no sólo por lo bien hilvanado del mismo y su retorcida manera de manipular a las gentes en su favor, sino por el despliegue interpretativo de Brando en una escena que por sí misma justifica el ver la película.

Por contra, las escenas de lucha no están tan bien filmadas. Mankiewicz era un maestro en los diálogos y en mostrarnos el alma humana a través de los mismos. Por ello esta película le va como anillo al dedo, salvo cuando tiene que filmar las batallas, donde procura ser lo más conciso posible.

Julio César es una de las mejores adaptaciones de Shakespeare llevadas al cine, porque consigue condensar el talento de los textos del dramaturgo con una sobria pero eficaz puesta en escena, donde el protagonismo recae de lleno en las interpretaciones de los actores y en la densidad de los problemas planteados (honor, ambición, lealtad, traición, ...).

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