El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 29 de mayo de 2010

Encuentros en la tercera fase


Una noche, Roy Neary (Richard Dreyfuss) es testigo de la presencia de ovnis. Intrigado y emocionado, corre a casa para despertar a su familia y contarles lo que le acaba de suceder. Es el comienzo de una obsesión que le irá enfrentando a su esposa, asustada por el cada vez más extraño comportamiento de Roy.

Encuentros en la tercera fase (Steven Spielberg, 1977) vino a demostrar, por si quedaban dudas, el gran talento de su director y que un film como Tiburón (1975) no había sido fruto de la casualidad. Spielberg se sale de lo que venía siendo habitual en los films de ciencia ficción y nos presenta unos extraterrestres civilizados y pacíficos. En este sentido, la película muestra algunos aspectos que Spielberg desarrollará en E.T., el extraterreste en 1982, lo que nos habla del gusto del director por este tema y más si tenemos en cuenta que Encuentros en la tercera fase viene a ser una nueva versión de Firelight, película amateur que Spielberg hizo siendo adolescente. Pero en esta ocasión, a diferencia de E.T., el extraterrestre, el interés del director es presentar una película con aspecto de algo serio y hasta posible, remarcando los aspectos de ciencia en detrimento de la ficción.

La película es una demostración del dominio del medio por parte de un director que sólo contaba con 28 años cuando la dirigió, lo que habla a las claras del enorme talento de Spielberg. El sentido dramático, la manera de filmar, el ritmo, la puesta en escena, Spielberg domina todos estos recursos como si fuera un veterano y saca adelante una historia no demasiado vistosa, incluso se puede achacar una excesiva duración que lastra un poco la película, pero que en sus manos cobra vida y nos seduce con algunas escenas soberbias. Entre ellas, destacar el encuentro con las naves extraterrestres en lo alto de la montaña con el hipnótico sonido a modo de saludo creado por un inspirado John Williams. 

El film cuenta con la presencia del director francés François Truffaut en la piel de un científico que investiga los contactos con los extraterrestres. Destacar dentro del reparto el magnífico trabajo de Richard Dreyfuss, un buen actor con el aire de tipo de la calle y que ya había trabajo en Tiburón con Spielberg.

La película obtuvo ocho nominaciones a los Oscars, pero solamente se llevó el de la mejor fotografía.

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