El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 25 de mayo de 2010

El seductor


John McBurney (Clint Eastwood) es un soldado yanki que ha sido herido en una escaramuza durante la Guerra de Secesión. Una niña (Pamelyn Ferdin) lo encuentra y lo lleva a la escuela para señoritas donde habita. Obligada en principio a entregarlo a los confederados como prisionero de guerra, pronto empiezan a nacer las dudas en la directora de la escuela (Geraldine Page) sobre si debería entregarlo o no.

A pesar de estar ambientada en los años de la Guerra Civil Americana, El seductor (Don Siegel, 1971) no es un western en el sentido estricto del término. Podría enmarcarse dentro de los dramas psicológicos con algunas dosis de cine de terror. En todo caso, se trata de una obra muy personal del director, inquietante y que nos cala hondo, dejándonos una extraña sensación de desasosiego al final.

Quizá uno de los rasgos más característicos es que en la película no hay ni un sólo personaje que pudiéramos decir que es bueno. La visión que se ofrece del ser humano es bastante sombría, de ahí ese malestar que nos invade al final de la cinta. Siegel, además, sabe muy bien como manejar nuestros sentimientos y va llevándonos en un recorrido por el alma humana que nos desconcierta a cada paso. Primero, sentimos compasión por el soldado herido y una tremenda simpatía y afecto por la niña que lo salva y se enamora de él. Pero pronto el soldado empieza a mostrarnos su verdadero rostro: mentiroso, manipulador y falso. Nuestras simpatías se van ahora al lado de las mujeres que lo acogen, a pesar de la frialdad de la directora. Sin embargo, un nuevo giro y se empiezan a desatar los celos, las pasiones reprimidas, las manipulaciones de las mujeres alteradas por la presencia de un hombre en su casa.

Un gran acierto también es el perfecto reparto encabezado por Clint Eastwood, habitual en los films del director, y que hace un papel perfecto de embaucador cínico que, sin embargo, será devorado por quién menos espera. Las mujeres, empezando por Geraldine Page, con una mirada que asusta, y siguiendo por la temerosa profesora (Elizabeth Hartman) o la ardiente adolescente Jo Ann Harris, hasta llegar a la pequeña Pamelyn Ferdin, quizá el más inquietante de los personajes de la película, con esa mezcla de inocencia, maldad e irresponsabilidad, están todas ellas geniales en su papel.

El seductor no está exenta de fallos, quizá el más notable sea una puesta en escena algo artificiosa y con ciertos detalles muy del gusto de aquella época, que no son del todo necesarios o eficaces. Pero salvando estos detalles, es un film muy denso, con múltiples lecturas y un acercamiento muy directo a las miserias del alma humana, arrastrada por las más elementales pasiones y necesidades en situaciones extremas. Otro de los aciertos del director es como envuelve toda la maldad del mundo bajo un manto de cortesía, buenos modales y refinamiento que nos hiela la sangre. La escena final es el mejor ejemplo de ello, con la charla insustancial de esas bellas y educadas señoritas del Sur mientras dan pasaporte al cuerpo del seductor, una escena filmada con maestría y que nos pone los pelos de punta. Es el punto y final de una de las películas más inquietantes que he visto.

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