El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 24 de mayo de 2010

Siete novias para siete hermanos


Parece ser que esta fue la primera película que vi en mi vida. Yo no lo recuerdo, claro está. Así que he tenido que verla de nuevo y en cierto modo, no me arrepiento. Siete novias para siete hermanos (Stanley Donen, 1954) es un film de otra época, casi podríamos decir que es de otra dimensión y, a pesar de todos sus defectos, hay que reconocerle sus innegables aciertos, por lo que ha quedado como uno de los musicales más conocidos de la historia del género.

El argumento es bastante sencillo. Adam Pontipee (Howard Keel) es un rudo leñador de las montañas orgulloso y arrogante que presume de lograr siempre lo que se propone. Un día, baja al pueblo dispuesto a encontrar esposa, lo que consigue en un tiempo récord. Lo que no le dice a su mujer Milly (Jane Powell) es que en su nuevo hogar tendrá que ocuparse de los seis hermanos solteros que viven allí.

Hoy en día, el argumento de Siete novias para siete hermanos podría ser causa de encarcelamiento para sus guionistas, que se basaron en la obra "The Sobbin' Women" de Stephen Vincent Benet, sobre el legendario episodio del rapto de las sabinas para entretejer el argumento. El tono general es de un machismo caduco y hasta ridículo, tanto que hasta a veces podemos pensar que en realidad se trata de una crítica de esa mentalidad cavernícola. El argumento es de una sencillez absoluta y resulta del todo predecible. Pero es que tampoco es algo que importe demasiado o, al menos, no reside en él la fuerza ni el interés de la película. Siete novias para siete hermanos es algo por el espectáculo visual y musical, un espectáculo de primer orden.

Los números musicales, algunos realmente formidables, son el punto fuerte de la película, que ganó su único Oscar por su banda sonora. Es verdad que las letras no son muy profundas ni demasiado trabajadas, pero la puesta en escena es asombrosa; algunas coreografías son sencillamente grandiosas y el ritmo de la película no decae jamás, algo curioso pues un problema con los musicales es que los números de baile y canto suelen cortar el desarrollo de la historia. Pero aquí ésto no sucede. Stanley Donen consigue que las interrupciones musicales tengan tanta fuerza que no suponen un estorbo al desarrollo del argumento, más bien le aportan una vitalidad contagiosa.

Quizá el mayor elogio que se le puede hacer al film es que, a pesar de su argumento, de sus ideas trasnochadas, de retratarnos un escenario a todas luces irrisorio, al poco de sentarnos a verla nos engancha de tal modo que nos quedamos hasta el final sin pestañear.

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