El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 21 de mayo de 2010

El nombre de la rosa



A una abadía benedictina italiana llega un monje franciscano, Guillermo de Baskerville (Sean Connery), acompañado por su joven discípulo Adso de Melk (Christian Slater), para participar en un encuentro que va a tener lugar entre miembros de esa orden y una delegación papal. Pero su llegada coincide con una muerte misteriosa en la abadía, por lo que el abad decide pedir ayuda a fray Guillermo, famoso por su inteligencia y perspicacia.

Adaptación de la famosísima novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986) se beneficia del éxito de la novela y de su ingeniosa y muy bien elaborada intriga, que no sólo nos ofrece una serie de misteriosas muertes, al estilo de las novelas de Agatha Christie o de Arthur Conan Doyle (el protagonista parece rendir homenaje a Sherlock Holmes con su apellido Baskerville), sino que nos brinda una imagen bastante plausible de la vida en la Edad Media. Sin embargo, los problemas a los que se enfrentaba Jean-Jacques Annaud eran importantes.

Por un lado, plasmar en imágenes la novela no era sencillo. Esta tiene una riqueza asombrosa, con pasajes preciosos donde brilla la magnífica prosa de Eco y eso no es fácil de transformar en imágenes. Pero Annaud logra una puesta en escena casi perfecta, donde se recrea maravillosamente el ambiente de la novela. No sólo la abadía es perfecta, sino los monjes que la pueblan (prodigiosa la caracterización de los actores, sus ropas, sus imperfecciones, que logran un realismo absoluto), la puesta en escena, la fotografía, ... Sentimos hasta el frío que debía reinar en esos lugares. En este sentido, la atmósfera que Eco creaba en su novela está muy bien reflejada en imágenes.

Sin embargo, no todo es perfecto en la película. Por ejemplo, el tratamiento que se da aquí a las disputas teológicas (parte muy importante en la novela y uno de los aspectos más interesantes del relato) es muy superficial y hasta humorístico, sin que tenga mucha lógica, salvo la de aligerar un poco la trama meramente "policíaca". Algunos personajes tampoco son tratados con el rigor que merecen y la parte final, el desenlace, se aleja del todo de la novela para encaminarse a algo más peliculero y, por tanto, más endeble.

Estas críticas se deben, en gran parte, al hecho de haber leído la novela antes de ver el film. Entonces, me resulta inevitable la comparación y el decantarme por la primera. Y no por el hecho de que sea una obra escrita una y la otra una película, pues visualmente el film es soberbio, pero se toma algunas licencias argumentales que no le benefician y que tampoco aportan nada ni tienen una verdadera base sólida que las justifique.

El trabajo de los actores es perfecto, desde el primero al último. Sean Connery tiene un papel maravilloso y lo interpreta de manera sobresaliente. Lo mismo Slater o F. Murray Abraham o la inquietante interpretación de Michael Lonsdale en la piel del abad.

El nombre de la rosa es una película, por tanto, que sin alcanzar la excelencia de la novela de Umberto Eco, reúne una buena cantidad de aciertos (puesta en escena, fotografía, intriga, reparto, ...) que la convierten en un film que engancha desde el principio y no nos defrauda en ningún momento.

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