El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 1 de mayo de 2010

Historias de Nueva York



Dirección: Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Woody Allen.
Guión: Richard Price, Francis Ford Coppola, Sofia Coppola, Woody Allen.
Música: Carmine Coppola.
Fotografía: Néstor Almendros, Vittorio Storaro, Sven Nykvist.
Reparto: Nick Nolte, Patrick O'Neil, Rosanna Arquette, Heather McComb, Talia Shire, Gia Coppola, Woody Allen, Mia Farrow, Mae Questel.
Tres historias, tres cuentos en realidad. ¿De Nueva York?, así se lo habían pedido a Allen, Scorsese y Coppola: dirigir una historia que transcurriera en Nueva York; y Nueva York es el marco, pero como pudiera haberlo sido cualquier otro lugar, pues cada uno de estos cuentos parece tener vida propia, ajeno a lugares y a tiempos. Y cada historia nos habla de su creador, y nos habla de nosotros mismos, con dolor (Apuntes al natural), con ternura (La vida sin Zoe) y con humor (Edipo reprimido). Cada relato es, por lo tanto, totalmente diferente de los otros, cada uno responde a una sensibilidad distinta, cada uno nos habla con su propio lenguaje.
No son habituales estas propuestas. La tendencia parece discurrir por caminos diferentes: las películas se alargan sin remedio, como si en la duración residiera la calidad; a más metraje, más contenido. Pero sabemos que nada es menos cierto. Talento y cantidad, calidad y tamaño no siempre van de la mano. ¿Una prueba?, pues aquí la tenemos, Historias de Nueva York (1989) es como un estuche con tres diminutos frascos de perfume, como una cajita con sólo tres bombones: uno de avellana, uno de pistacho y el último de licor.
Apuntes al natural de Scorsese abre el telón. El título original era Life Lessons (Lecciones de vida) que nos señala ya el sentido de esta historia. En ella, Scorsese dibuja la relación que se establece entre un pintor consagrado (Nick Nolte) y su alumna (Rosanna Arquette), al tiempo que nos retrata el mundo esnob de los ambientes artísticos de la ciudad. Pero por encima de ello está un profundo retrato del alma humana poseída por la pasión y el deseo y la posesión, el artista atrapado en una siniestra contradicción: la libertad como seña de identidad que se resquebraja ante la tiranía exquisita de la pasión. Nick Nolte posee ese magnetismo y esa fuerza algo salvaje que hacen verídico su personaje, aún reconociendo ciertos excesos totalmente perdonables. Rosanna Arquette rebosa sensualidad y malicia; inocencia y crueldad. Ella es también víctima y verdugo, pues la admiración por al artista no la contagia de amor por la persona. Es el drama también de la diferencia de edades que conlleva diferentes expectativas y necesidades y también, siempre, el retrato de la soledad del alma enfrentada al desamor y al dolor. La música, intensa, repetitiva, no es más que otra manera de engancharnos a esta historia obsesiva, vital, intensamente dolorosa.
Queda claro que es el capítulo más apasionado de los tres. Una verdadera maravilla, un viaje al fondo del alma humana que no deja indiferente.
Coppola, con La vida sin Zoe, cambia por completo de registro y nos adentra en una especie de hermoso cuento de hadas, en una pequeña fantasía delicada y suave sin, aparentemente, demasiadas pretensiones. Zoe es la hija de un famoso músico que vive en un lujoso hotel de Nueva York al cuidado de un mayordomo, mientras sus padres vienen de tarde en tarde a visitarla. Quizá sea la historia más floja de las tres, aunque es innegable la gracia de la niña Heather Comb en una historia que, sin embargo, parece no acabar de encontrar el norte pues roza el tema de la amistad, de la soledad, de la búsqueda de afectos, pero siempre con un tono demasiado ligero, como sin querer implicarnos demasiado, con cierto aire de superficialidad inconsciente, como si Coppola tan sólo deseara tocar las notas más ligeras y alegres de su partitura y en la que resulta curioso como el tema de un pendiente recuerda poderosamente a "Los tres mosqueteros". Quizá lo mejor sea el tono amable, la deliciosa música y algunos hermosos detalles que puntean la narración.
Woody Allen cierra la película con su Edipo reprimido y aporta la nota de humor al conjunto. Y la verdad es que la historia del hijo angustiado por la figura autoritaria y dominante de su madre es un relato que rebosa humor del bueno por los cuatro costados pero, al mismo tiempo, no deja de ser una tremenda reflexión sobre los trastornos que una sobreprotección pueden provocar. Quizá pueda parecer algo exagerada la angustia de Allen y, evidentemente, la finalidad primordial no es otra que la de divertir, llevando el tema a extremos absurdos sin problema alguno (la madre convertida en una omnipresencia como materialización de la peor de las pesadillas del atormentado hijo), pero el asunto remite a un serio problema de autoestima y desarrollo personal, de independencia y de lo difícil que puede resultar a veces tener el valor para seguir el propio camino contra los dictados de la familia, la sociedad o el sentido común. Pero lo fundamental es que estamos ante una historia realmente divertida, con algunos momentos de una brillantez exquisita. Seguramente muchos se identificarán con Allen y reconocerán irremediablemente la figura de la madre posesiva. Quizá la única conclusión inteligente que puede sacarse es la necesidad de aprender a reírnos de aquello que nos hace daño, pues es la mejor manera de poder pasar página y seguir adelante.

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