El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 2 de mayo de 2010

La jauría humana



Dirigida por Arthur Penn en 1966, La jauría humana es una de las cimas de su obra, a la vez que nos ofrece un retrato amargo y directo de la sociedad norteamericana de aquella década, en especial de la ubicada en el sur del país.

Bubber Reeves (Robert Redford) se ha fugado de la prisión y corre el rumor que se dirige a Tarl (Texas), su ciudad natal y donde aún vive su esposa Anna (Jane Fonda). Ante esta noticia, la vida en el pueblo comienza a agitarse y más al ser notorio que Anne mantiene un romance con el hijo del magnate del pueblo Val Rogers (E. G. Marshall).

A partir de un excelente guión de Lillian Hellman, que se basó en una novela de Horton Foote, Penn dirige una película intensa, cargada de dramatismo y donde la violencia, primero contenida y después ya desatada sin control, se acaba apoderando de una población de gentes mezquinas que, bajo una apariencia correcta y hasta imbuida de sentimientos cristianos, parecen haber estado buscando la mínima oportunidad para dar rienda suelta a sus frustraciones y odios más profundos. Es el reverso perverso a los sueños de paz y libertad del movimiento hippie encarnado en el famoso sur de los Estados Unidos. Es el retrato de una sociedad que no ofrece medias tintas: una sociedad materialista, vacía y racista donde nadie se salva. La mediocridad de unas gentes que bajo una apariencia normal esconden su miseria, su rencor y su vileza. Crítica a la proliferación de las armas y a las antiguas costumbres de tomarse la justicia por su mano.

Algunas escenas, de una violencia tremenda, han quedado en la retina de todos, como la violenta paliza que le propinan al sheriff Calder (Marlon Brando) o la locura colectiva prendiendo fuego al depósito de coches. Pero lo mejor también reside en como Penn va dosificando la tensión a lo largo de la cinta, como va creciendo poco a poco, de manera soterrada pero implacable, hasta alcanzar la locura en un final sorprendente. 

El reparto reunía a algunos de los actores de moda del momento, con especial atención a un soberbio Marlon Brando, siempre llenando la pantalla con esa presencia imponente. A su lado, Angie Dickinson, como su paciente esposa, realiza también un buen trabajo. Sin embargo, un joven Robert Redford, con sus pequeños gestos marca de la casa tan poco convincentes, no parece a la altura; cosa que sí consiguen Jane Fonda o Robert Duvall, impecable en su papel de hombre cobarde y servil. 

Sin duda, estamos ante un gran film, con una de las más fuertes críticas a esa sociedad americana anclada en el pasado más salvaje y violento.  

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