El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 23 de mayo de 2010

Jezabel


Julie Marsen (Betre Davis) es una joven de la alta sociedad sureña un tanto caprichosa y orgullosa. Está prometida con un banquero, Preston Dillard (Henry Fonda), que está muy enamorado de ella, si bien chocan contínuamente por los caprichos de ella. El colmo de los cuales es cuando Julie obliga a Preston a que la lleve a un reputado baile vestida de rojo, algo impensable para una señorita decente, que debía ir vestida de blanco. Preston la lleva al baile, pero acto seguido rompe con ella y se marcha al Norte. Cuando finalmente regrese al Sur, un año después, lo hará casado con una hermosa joven de Nueva York.

 Jezabel (William Wyler, 1938) es un drama de los antes, intenso y apasionado, trágico y exquisito. Recuerda inevitablemente a Lo que el viento se llevó, pues ambos se desarrollan en el Sur con el tema de la Guerra de Secesión en el aire. Naturalmente, Wyler no consigue la grandiosidad ni la épica de la película de Victor Fleming, algo realmente imposible de lograr. Pero sí que realiza un retrato muy interesante de una mujer de carácter, terriblemente manipuladora, y al tiempo que no resigna al papel sumiso que una sociedad anquilosada en las tradiciones le impone, interpretada de manera colosal por Bette Davis, que borda el papel y obtiene un merecido Oscar por su excelente trabajo. El otro premio de la película fue para Fay Bainter como mejor actriz secundaria.

Wyler también ofrece una visión muy crítica de la sociedad sureña, con unos códigos del honor desfasados y absurdos y que ha perdido el tren de la modernidad, como se pone de manifiesto con la inútil manera de combatir una epidemia a base de cañonazos.

Quizá el film peca de no desarrollar demasiado los personajes secundarios, que quedan en un muy segundo plano. Incluso el personaje de Henry Fonda palidece un poco al compararlo con el de Bette Davis, que éste sí que está elaborado a conciencia. En cambio, la puesta en escena es espectacular, en especial el vestuario.

Wyler, eso sí, maneja la historia con maestría y nos sitúa un paso por delante de los acontecimientos, de manera que estamos expectantes esperando para ver cómo reaccionarán los protagonistas cuando descubran lo que nosotros ya sabemos. Esto es patente cuando Preston regresa del norte casado y Wyler tensa la situación hasta que Julie descubre la verdad. La escena, desde luego, es uno de los momentos cumbres de la cinta, con una interpretación genial de Bette Davis. Y el director también consigue rematar la película a lo grande, con un final abierto en que se deja a nuestra imaginación el desenlace definitivo.

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